ALCANZADO POR LA MISERICORDIA
“Pero de día mandará Jehová su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, Y mi oración al Dios de mi vida”
(Salmo 42:8)
Iba por la calle oyendo a mi cantante
favorito en mi viejo Mp3. Con los audífonos puestos intentaba llegar a
tararear en la nota que el cantante daba, aunque sin mucho éxito, lo confieso. Estaba especialmente feliz y me dirigía a mi congregación después de una jornada gratificante junto a unos misioneros amigos que han estado en las misiones por más
de 50 años. Revivía en mi mente las charlas amenas, los consejos
valiosos y las anécdotas familiares que Larry y Dorothy Cederblom habían
compartido ese día conmigo. Me sentía agradecido de Dios por darme el
privilegio de, junto a mi esposa e hija, ser continuador de la labor
fabulosa de llevar el evangelio de Jesús al mundo perdido. El torrente
de pensamientos y canciones tarareadas fue paralizado de repente por la
voz de alto de un fornido policía. En ese momento me di cuenta que iba
manejando mi bicicleta con los auriculares puestos y que el peso de la
ley caería sobre mi indefectiblemente.
Apagué el
Mp3, dejé de tararear y mi mente solo podía pensar que había sido muy
tonto al cometer esta infracción (bueno, en eso y en los 200 euros de
penalización que me correspondía por la trasgresión). El policía me
espetó un merecido discurso de seguridad vial,
y cuando pensé que sacaría su imponente talonario para prescribir la
merecida multa, hizo todo lo contrario. Me despidió, se fue a su moto y
yo, anonadado, solo pude decir: muchas gracias oficial.
Mientras seguía en la bicicleta
experimenté vívidamente la sensación extraordinaria de ser perdonado.
Cuando pensé que debía pagar por mi mal proceder, fui absuelto. En lugar
de castigo, había hallado misericordia y uno no está acostumbrado a este tipo de experiencias. John Newton tampoco lo estaba. Fue uno de los más
despreciables traficantes de esclavos de su tiempo. Capitaneó su propio
barco negrero cometiendo todo tipo de fechorías a tal punto que su
tripulación lo aborrecía y lo consideraba un animal. No obstante a todo
ello, las palabras de su madre, quien muriera cuando Jonh tenía solo
siete años, seguían grabadas en su mente. Ella le había enseñado la
Biblia con la esperanza de que John algún día se apropiara de sus
palabras. Cuando ese momento llegó, John estaba demasiado sucio como
para creer que Dios podría perdonarlo, sin embargo experimentó la misericordia y la gracia de Dios en una forma que lo hizo convertirse en pastor y compositor de himnos. Su himno más cantado es el que precisamente cuenta su historia de conversión, su encuentro con la misericordia de Dios y el perdón. “Sublime gracia del Señor/que a un infeliz, salvó/yo ciego fui, mas veo ya/perdido y él me halló”.
La misericordia no se merece, es un acto soberano
de quien la otorga. Se aprecia y agradece cuando te perdonan una multa
de tránsito, pero si te perdonan la vida y borran todo tu historial
pecaminoso, entonces uno no puede hacer menos que dedicar la existencia a
servir a Aquel que únicamente es capaz de tanta bondad: Dios.
La misericordia de Dios me alcanzó un día sin que lo mereciera, me arropó y me dio sentido y propósito para una nueva vida.
Como el rey David, hoy puedo decir:
“Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que te invocan”
(Salmo 86:5)
Autor: Osmany Cruz FerrerEscrito para www.devocionaldiario.com
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