Pablo, el héroe de la humildad
¿Qué concepto, qué idea
tenemos formada de San Pablo? Desde luego, para muchos, para todos
quizá, Pablo es la figura más grande de la Iglesia y uno de los hombres
más notables que ha producido la humanidad.
¡Qué vida tan legendaria! ¡Qué
ideas y qué ideal! ¡Qué inteligencia! ¡Qué cartas! ¡Qué amor tan
apasionado!... Su personalidad subyuga. Pasa con Pablo,
proporcionalmente, lo mismo que con Jesús el divino Maestro. O con él o
contra él, pero no se puede estar indiferente.
Eso es Pablo para nosotros. Sin embargo, ¿quién era Pablo para Pablo?
Podemos llamarlo: un héroe de la humildad.
Basta ver cómo se llama a sí
mismo en su carta a los de Éfeso, como anota acertadamente un célebre
biblista y profundo conocedor del griego.
No se llama “el más pequeño de
los santos”, “el menor de los cristianos”, “el discípulo pequeñísimo”.
Pablo se inventa una palabra, hace un comparativo de un superlativo, y
dice de sí mismo: “yo, menor que el más pequeño de entre los santos” (Ef
3,8)
Pablo es para Pablo el último
en la Iglesia, y por eso se pone al servicio de todos, porque todos son
más santos y más dignos que él.
Y cuando no puede menos de
reconocer lo que ha hecho por Jesucristo en la predicación del Evangelio
-pues ha trabajado más que nadie, ha realizado más prodigios que
ninguno, y ha sufrido más que cualquiera en aventuras mil-, añade para
esquivar toda alabanza:
El Señor Jesús se me apareció
el último de todos a mí, que soy como un aborto. Pues yo soy el último
de los apóstoles, indigno de llevar el nombre de apóstol, por haber
perseguido a la Iglesia de Dios.
Pero al no poder negar lo que ha hecho, le da toda la gloria a Dios:
Sin embargo, por la gracia de
Dios soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí, pues
he trabajado más que todos ellos; pero no he sido yo quien lo ha hecho,
sino la gracia de Dios conmigo y por medio de mí (1Co 15,8-10)
Estas palabras de Pablo, ¿son
un arranque oratorio nada más? ¿Sentía de verdad lo que decía? ¿Era
consciente de ser un cristiano tan indigno? Si se llamaba “pecador”,
¿sabía que lo era, o que lo había sido antes de su clamorosa conversión?
No dudemos un momento que
Pablo se sentía pequeño e indigno de verdad ante Dios y ante los
hermanos. Unas palabras suyas, dirigidas a su discípulo más querido, nos
lo atestiguan de manera emocionante:
Es cierta y digna de ser
aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a
los pecadores; y el primero de ellos soy yo” (1Tm 1,15)
El que se firmaba siempre
“Pablo, siervo de Jesucristo”, y era un volcán de amor, se confesaba con
sinceridad que desconcierta y emociona, “el mayor de los pecadores”, el
que rompía la fila e iba a la cabeza de todos como el pecador más
grande…
Tanto es así, que su mismo
apostolado lo toma como un deber serio, y no como un privilegio, de modo
que tiembla ante una posible infidelidad: “¡Hay de mí, si no
evangelizare!”.
Y Pablo sabe, además, que ha
de esforzarse en ser un santo, un cristiano cabal, además de ser un
apóstol entregado y decidido, pues añade:
“Me venzo a mí mismo y me
esclavizo; no sea que, habiendo predicado a los demás, venga a ser yo un
réprobo que me pierda” (1Co 9, 16 y 27)
No entendemos cómo cabe tanta humildad con santidad tan excelsa y con empresas tan deslumbrantes. Pero así era Pablo.
En realidad, no es de extrañar
esta humildad en Pablo si examinamos los principios en que se
fundamentaba. Si recorremos sus cartas vemos lo que enseñaba a los
demás, pero empezaba a practicarlo siempre por él mismo, pues vivía lo
que predicaba.
Si alguno de los cristianos tenía dones y gracias de las que pensaba presumir, se encontraba con la voz severa de Pablo:
-¿De qué te glorías? “¿Tienes
algo tuyo que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te
engríes, si te lo han dado todo?” (1Co 4,7)
Desde ser gallardo el hombre o
bonita la mujer, todo es puro regalo de Dios. Porque “somos hechura de
Dios” (Ef 2,10), nos advierte Pablo prudentemente, y, aunque el provecho
sea nuestro, la gloria por la obra de arte es del inteligente Hacedor.
Pablo se nos presenta como un modelo admirable de humildad, como cuando dice:
“Yo, que fui un blasfemo, un
perseguidor y un insolente, alcancé misericordia de Dios”, y “no me
glorío sino en mis propias enfermedades, para que se manifieste en mí la
fuerza de Cristo, pues cuando me siento débil es cuando soy más fuerte”
(1Tm 1,13; 2Co 12,9-10)
El humilde Pablo tenía entonces autoridad para pedir a las Iglesias:
“Al tanto con imaginarse
alguien que es importante, porque ese tal se engaña miserablemente a sí
mismo”. “Por eso, no se estimen más de lo que conviene…, y no aspiren a
grandezas, sino vayan siempre detrás de los más humildes”, de modo “que
nadie se engría sobreponiéndose a otro” (Gal 6,3; Ro 12,3 y 16; 1Co
4,6).
Decían de Pablo sus detractores:
“Tiene una presentación pobre y su hablar es despreciable” (2Co 10,10)
¿Es cierto eso de que Pablo no
era buen orador? No nos engañemos. Los discursos de Antioquía de
Pisidia y del Areópago en Atenas, dicen todo lo contrario.
Pablo debió ser buen orador.
Pero, con una humildad profunda, renunció a sus magníficas cualidades
para que no se desvirtuase la Palabra y se atribuyese el triunfo a las
dotes humanas de Pablo y no a la fuerza del Evangelio.
Nuestro admirado y querido San
Pablo no es sólo el aventurero audaz que traspasa las montañas del
Tauro…; ni el que lleva el cuerpo surcado de llagas con tantas veces
azotado por judíos o lictores romanos…; ni el indomable luchador contra
los judaizantes…
Pablo es más que nada el
humilde “siervo de Jesucristo” y el que “se hace todo para todos”, con
humildad sincera y entrañable, a fin de ganarlos a todos para el Señor.
Pablo se llamó a sí mismo “menor que el más pequeño de los santos”.
Pues, si Pablo era el más pequeño, ¿cómo será el más grande?...
Puestos nosotros a hacer encuestas entre los cristianos, vemos que Pablo se colocó en el último lugar.
¿Quién es, entonces, el que ocupa el primero?
No lo sabemos, pues sólo Dios
lo sabe. Pero a nosotros nos cuesta colocar a Pablo en el segundo
puesto, contra todo lo que él mismo diga…
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