Aprovechamiento del tiempo

El Señor quiere que vivamos y
santifiquemos el momento presente, cumpliendo con responsabilidad ese
deber que corresponde al instante que vivimos.
I. La liturgia de la Iglesia continúa alentándonos para que consideremos las verdades eternas. Verdades que deben ser de gran provecho para nuestra alma. Leemos en la Segunda lectura de la Misa [1] que el encuentro con el Señor llegará como un ladrón en la noche, inesperadamente. La muerte, aunque estemos preparados, será siempre una sorpresa.
I. La liturgia de la Iglesia continúa alentándonos para que consideremos las verdades eternas. Verdades que deben ser de gran provecho para nuestra alma. Leemos en la Segunda lectura de la Misa [1] que el encuentro con el Señor llegará como un ladrón en la noche, inesperadamente. La muerte, aunque estemos preparados, será siempre una sorpresa.
La vida en la tierra, como nos
enseña el Señor en el Evangelio [2], es un tiempo para administrar la
herencia del Señor, y así ganar el Cielo. Un hombre que se iba al
extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a
uno le dejó cinco talentos de plata; a otro, dos; a otro, uno; a cada
cual según su capacidad. Luego se marchó. Él conocía bien a sus siervos,
y por eso no dejó a todos la misma parte de la herencia. Hubiera sido
injusto echar sobre todos el mismo peso.
Distribuyó su hacienda según
la capacidad de cada uno. Con todo, aun al que recibió un solo talento
le fue confiado mucho. Pasado algún tiempo, el señor regresó de su viaje
y pidió rendición de cuentas a sus servidores. Los que habían tenido la
oportunidad de comerciar con cinco y con dos talentos pudieron devolver
el doble; aprovecharon el tiempo en negociar con los bienes de su
señor, mientras éste llegaba. Luego, tuvieron la gran dicha de ver la
alegría del amo de la hacienda, y se hicieron acreedores de una alabanza
y de un premio insospechados: “Muy bien, siervo bueno y fiel -les dijo a
cada uno-; puesto que has sido fiel en lo poco, yo te con .fiaré lo
mucho: entra en el gozo de tu señor”.
El significado de la parábola
es claro. Los siervos somos nosotros; los talentos son las condiciones
con que Dios ha dotado a cada uno (la inteligencia, la capacidad de
amar, de hacer felices a los demás, los bienes temporales ... ); el
tiempo que dura el viaje del amo es la vida; el regreso inesperado, la
muerte; la rendición de cuentas, el juicio; entrar al banquete, el
Cielo. No somos dueños, sino -como repite constantemente el Señor a lo
largo del Evangelio- administradores de unos bienes de los que hemos de
dar cuenta. Hoy podemos examinar en la presencia del Señor si realmente
tenemos mentalidad de “administradores” y no de dueños absolutos, que
pueden disponer a su antojo de lo que tiene y poseen.
Podemos preguntarnos hoy
acerca del uso que hacemos del cuerpo y de los sentidos; del alma y de
sus potencias. ¿Sirven realmente para dar gloria a Dios? Pensemos si
hacemos el bien con los talentos recibidos: con los bienes materiales,
con la capacidad de trabajo, con la amistad... El Señor quiere ver bien
administrada su hacienda. Lo que Él espera es proporcional a lo que
hemos recibido. “A quien mucho se le da mucho se le reclamará, y a quien
mucho se le ha entregado, mucho se le pedirá “ [3].
Ven, siervo bueno y fiel.
“porque has sido fiel en lo poco”, dice el señor a quien había recibido
cinco talentos. Lo «mucho» -cinco talentos- recibido aquí es considerado
por Dios como lo «poco». Entrar “en el gozo del Señor”, eso es lo mucho
...;” ni ojo vio, ni oído oyó, ni mente alguna es capaz de imaginar lo
que Dios tiene preparado para los que le aman” [4] . Vale la pena ser
fieles aquí mientras aguardamos la llegada del Señor, que no tardará,
aprovechando este corto tiempo con responsabilidad. ¡Qué alegría cuando
nos presentemos ante El con las manos llenas! Mira, Señor -le diremos-,
he procurado gastar la vida en tu hacienda. No he tenido otro fin que tu
gloria.
II. “El que había recibido un
talento fue, cavó en la tierra y escondió el dinero de su señor”. Cuando
éste le pidió cuentas, el siervo intenta excusarse y arremete contra
quien le había dado todo lo que poseía: “Señor, le dice, sé que eres
hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no
esparciste; por eso tuve miedo, fui y escondí tu talento en tierra: aquí
tienes lo tuyo”. Este último siervo «manifiesta cómo se comporta el
hombre cuando no vive una fidelidad activa en relación a Dios. Prevalece
el miedo, la estima de sí, la afirmación del egoísmo que trata de
justificar la propia conducta con las pretensiones injustas del dueño,
que siega donde no ha sembrado» [5].
“Siervo malo y perezoso”, le
llama su señor al escuchar las excusas. Ha olvidado una verdad esencial:
que «el hombre ha sido creado para conocer, amar y servir a Dios en
esta vida, y después verle y gozarle en la otra». Cuando se conoce a
Dios resulta fácil amarle y servirle; «cuando se ama, servir no sólo no
es costoso, ni humillante: es un placer. Una persona que ama jamás
considera un rebajamiento o una indignidad servir al objeto de su amor;
nunca se siente humillada por prestarle servicios. Ahora bien: el tercer
siervo conocía a su señor; por lo menos tenía tantos motivos para
conocerle como los otros dos servidores. Con todo, es evidente que no le
amaba. Y cuando no se ama, servir cuesta mucho» [6]. No sólo no le
aprecia, sino que se atreve a llamarle “hombre duro” que quiere cosechar
donde ni siquiera sembró.
Este siervo no sirvió a su
señor por falta amor. Lo contrario de la pereza es precisamente la
diligencia, que tiene su origen en el verbo latino “diligere”, que
significa amar, elegir después de un estudio atento. El amor da alas
para servir a la persona amada. La pereza, fruto del desamor, lleva a un
desamor más grande. El Señor condena en esta parábola a quienes no
desarrollan los dones que Él les dio y a quienes los emplean en su
propio, servicio, en vez de servir a Dios y a sus hermanos los hombres.
Examinemos hoy nosotros cómo
aprovechamos el tiempo, que es parte muy importante de la herencia
recibida; si cuidamos la puntualidad y el orden en nuestro quehacer, si
procuramos excedernos en el trabajo, llenando bien las horas; si
dedicamos la atención debida a nuestros deberes familiares; si ponemos
en práctica la capacidad de amistad y aprecio por los demás, para hacer
un apostolado fecundo; si procuramos extender el Reino de Cristo en las
almas y en la sociedad con los talentos recibidos.
III. Nuestra vida es breve.
Por eso hemos de aprovecharla hasta el último instante, para ganar en el
amor, en el servicio a Dios. Con frecuencia la Sagrada Escritura nos
advierte de la brevedad de nuestra existencia aquí en la tierra. Se la
compara con el humo [7], con una sombra [8], con el paso de las nubes
[9], con la nada [10]. ¡Qué pena perder el tiempo o malgastarlo como si
no tuviera valor! «¡Qué pena vivir, practicando como ocupación la de
matar el tiempo, que es un tesoro de Dios! ¡Qué tristeza no sacar
partido, auténtico rendimiento de todas las facultades, pocas o muchas,
que Dios concede al hombre para que se dedique a servir a las almas y a
la sociedad!
»Cuando el cristiano mata su
tiempo en la tierra, se coloca en peligro de «matar su Cielo»: cuando
por egoísmo se retrae, se esconde, se despreocupa» [11].
Aprovechar el tiempo es llevar
a cabo lo que Dios quiere que hagamos en ese momento. A veces,
aprovechar una tarde será «perderla» a los pies de la cama de un enfermo
o dedicando un rato a un amigo a preparar el examen del día siguiente.
La habremos perdido para nuestros planes, muchas veces para nuestro
egoísmo, pero la hemos ganado para esas personas necesitadas de ayuda o
de consuelo y para la eternidad.
Aprovechar el tiempo es vivir
con plenitud el momento actual, poniendo la cabeza y el corazón en lo
que hacemos, aunque humanamente parezca que tiene poca entidad, sin
preocuparnos excesivamente por el pasado, sin inquietarnos demasiado por
el futuro. El Señor quiere que vivamos y santifiquemos el momento
presente, cumpliendo con responsabilidad ese deber que corresponde al
instante que vivimos, librándonos de preocupaciones inútiles futuras,
que quizá nunca llegarán, y si llegan... ya nos dará nuestro Padre Dios
la gracia sobrenatural para superarlas y la gracia humana para llevarlas
con garbo. Él mismo nos dijo: “No os agobiéis por el mañana, porque el
mañana traerá su propio peso. A cada día le basta su afán [12]. Vivir
con plenitud el presente nos hace más eficaces y nos libra de muchas
ansiedades inútiles.
Cuenta Santa Teresa que al
llegar a Salamanca, acompañada de otra monja llamada María del
Sacramento, para fundar allí un nuevo convento, se encontró con una casa
destartalada, de la que habían sido desalojados unos estudiantes
algunas horas antes. Las viajeras entraron en la casa ya de noche,
exhaustas y ateridas de frío. Las campanas de la ciudad doblaban a
muerto, pues era la víspera del Día de los difuntos. En la oscuridad,
sólo rota por un candil oscilante, las paredes se llenaban de sombras
inquietantes. Con todo, se acostaron pronto, sobre unos haces de paja
que habían llevado consigo. Una vez echadas en aquellas camas
improvisadas, María del Sacramento, llena de grandes temores, dijo a la
Santa: «-Madre, estoy pensando si ahora me muriese yo aquí, ¿qué haríais
vos sola?».
«Aquello, si viniera a
suceder, me parecía recia cosa» comentaba años más tarde la Santa;
«hízome pensar un poco en ello y aun haber miedo, porque siempre los
cuerpos muertos me enflaquecen el corazón, aunque no esté sola.
»Y como el doblar de las
campanas ayudaba, que, como he dicho, era noche de ánimas, buen
principio llevaba el demonio para hacernos perder el pensamiento con
niñerías.
»-Hermana -le dije-, de que eso sea, pensaré lo que he de hacer; ahora déjeme dormir» [13].
En muchas ocasiones, cuando
lleguen preocupaciones sobre hechos futuros que roban la paz y el
tiempo, y sobre los que nada podemos hacer en el momento actual, nos
vendrá muy bien decir, como la Santa, «de que eso sea -cuando ocurra-,
pensaré lo que he de hacer». Entonces contaremos con la gracia de Dios
para santificar lo que Él dispone o permite.
Cuando una vida ha llegado a
su fin, no podemos pensar sólo en una vela que ya se ha consumido, sino
también en un tapiz que se ha terminado de tejer. Tapiz que nosotros
vemos por el revés, donde sólo se pueden observar una figura desdibujada
y unos hilos sueltos. Nuestro Padre Dios lo contemplará por el lado
bueno, y sonreirá y se gozará al ver una obra acabada, resultado de
haber aprovechado bien el tiempo cada día, hora a hora, minuto a minuto.
[1] 1 Tes 5,1-6.
[2] Mt 25,14-30.
[3] Lc 12, 48.
[4] 1 Cor 2, 9.
[5] JUAN PABLO II, Homilía 18-XI-1984.
[6] F. SUÁREZ, Después, p. 144.
[7] Cfr. Sab 2, 2.
[8] Cfr. Sal 143, 4.
[9] Cfr. Job 14, 2; 37, 2; Sant 1, 10.
[10] Cfr. Sal 38, 6.
[11] J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 46.
[12] Mt 6, 34.
[13] M. AUCLAIR, La vida de Santa Teresa de Jesús, pp. 238-239.
[2] Mt 25,14-30.
[3] Lc 12, 48.
[4] 1 Cor 2, 9.
[5] JUAN PABLO II, Homilía 18-XI-1984.
[6] F. SUÁREZ, Después, p. 144.
[7] Cfr. Sab 2, 2.
[8] Cfr. Sal 143, 4.
[9] Cfr. Job 14, 2; 37, 2; Sant 1, 10.
[10] Cfr. Sal 38, 6.
[11] J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 46.
[12] Mt 6, 34.
[13] M. AUCLAIR, La vida de Santa Teresa de Jesús, pp. 238-239.
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