Oratoria es el arte de
hablar en público con elegancia para persuadir, convencer, educar o informar a
un auditorio. Se dan principios básicos de la comunicación, la pedagogía y la
homilética para presentar discursos, conferencias, seminarios y sermones.
Raphael. Apóstol
Pablo predicando en Atenas. 1513-1514. Medios combinados sobre
papel, montado sobre tela. Museo Victoria y
Alberto,Londres, Reino Unido.
ORATORIA
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Lección 1 – Oratoria
- Hablar en público - Miedo a hablar en público - Preparación de la
intervención
Lección 2
- Oratoria - Estilo de la intervención - Público - Lugar de la
intervención
Lección 3 - Oratoria - Duración
de la intervención - Discurso - Idea clave
Lección 4 - Oratoria - Introducción - Desarrollo
- Conclusión
Lección 5
- Oratoria - Ensayo - Día del acto - Presentación
Lección 6
- Oratoria - Intervención - Voz- Lenguaje
Lección 7 - Oratoria - Mirada - Lenguaje
corporal - Imagen
Lección 8
- Oratoria - Medios de apoyo visual - Fichas de apoyo -
Captar la atención del público
Lección 9 - Oratoria - Flexibilidad
e improvisación - Reacción del público - Situaciones
difíciles
Lección 10 - Oratoria - Preguntas
y respuestas - Debate - Críticas
I. Hablar en
público
1. Hablar en
público
Cuando uno va a
hablar en público es fundamental tener claro el objetivo de la intervención:
Se quiere
transmitir una información (por ejemplo, resultados de la empresa).
Se quiere
manifestar una opinión sobre un tema determinado.
Simplemente se
quiere entretener, etc.
Y a la consecución
de dicho objetivo debe orientarse la intervención.
Hablar en público
no se limita a tomar a palabra y "soltar" un discurso; hablar en
público consiste en lograr establecer una comunicación efectiva con el mismo,
en la que uno sea capaz de transmitir sus ideas.
Hablar en público
es una oportunidad que hay que saber aprovechar.
Un grupo más o
menos numeroso de personas estará escuchando al orador, quien tiene una ocasión
única para transmitir sus ideas, para tratar de convencerlos.
Por ello, las intervenciones
hay que prepararlas a conciencia, lo que implica no limitarse a elaborar el
discurso, sino que hay que ensayar la forma en la que se va a exponer:
El orador tiene
que conseguir que el público se interese por lo que les va a decir y esto exige
dominar las técnicas de la comunicación.
Una cosa es
conocer una materia y otra muy distinta es saber hablar de la misma.
Conocer el tema es
una condición necesaria pero no suficiente: hay que saber exponerlo de una
manera atractiva, conseguir captar la atención del público y no aburrirles.
El orador tiene
que resultar interesante, sugerente, convincente, etc.
Cuando se va a
hablar sobre un tema lo primero que el orador tendrá que hacer es dominarlo. En
el momento en el que tome la palabra deberá tener un conocimiento sobre el
mismo muy superior del que tiene el público. El orador tiene que tener algo
interesante que transmitir.
Uno debe evitar a
toda costa hablar sobre un tema que apenas domine ya que correría el riego de
hacer el ridículo.
Escribir el discurso
es sólo una parte del trabajo y probablemente no la más difícil, ni tampoco
probablemente la más determinante a la hora de alcanzar el éxito.
El cómo se
expongan esas ideas juega un papel fundamental.
Un mismo discurso
puede resultar u tremendo éxito o un rotundo fracaso en función de la habilidad
del orador en su exposición.
Aunque resulta
natural estar algo nervioso cuando se va a hablar en público, hay que tener muy
claro que el público no es el enemigo, que se encuentra acechando a la espera
del más mínimo fallo para saltar sobre el orador.
Muy al contrario,
cuando el público acude al acto es porque en principio le interesa el tema que
se va a tratar y entiende que el orador tiene la valía suficiente para poder
aportarle algo.
Cuando se habla en
público hay que estar pendiente no sólo de lo que se dice, sino de cómo se
dice, del vocabulario que se emplea, de los gestos, de los movimientos, de la
forma de vestir, etc. Todo ello será valorado por el público y determinará el
mayor o menor éxito de la intervención.
2. Miedo a hablar
en público
Como se ha
comentado en la lección anterior, el público no es el enemigo, sino que, bien
al contrario, son personas que consideran que el orador puede aportarles algo,
que no van a perder el tiempo escuchándole.
Por ello, no se
debería tener un miedo desproporcionado a hablar en público, algo que, sin
embargo, suele ser bastante habitual.
Tener miedo antes
de una intervención pública es algo natural, por lo que uno no debería ser
excesivamente autocrítico consigo mismo por que le ocurra esto, y no por ello
ha de considerarse una persona débil e insegura.
Hay que analizar
este miedo que a uno le atenaza y tratar de descubrir las causas que lo
originan.
Uno se dará cuenta
de que gran parte de este miedo es irracional, no obedece a motivos lógicos
(miedo de hacer un ridículo espantoso, de que se rían de uno, de tartamudear,
de caer en desgracia, de hundir el prestigio profesional, de que le abucheen…).
Son situaciones
que no van a ocurrir y por lo tanto este miedo hay que rechazarlo por absurdo.
Otro tipo de miedo
sí puede ser racional: obedece a situaciones adversas que pueden presentarse
(quedarse en blanco, no saber contestar a una pregunta, que no funcione el
proyector, etc.).
Frente a este
miedo racional lo que hay que hacer es tomar todas las medidas posibles para
reducir al mínimo las posibilidades de que estas situaciones se produzcan (por
ejemplo, llevando fichas de apoyo, preparando el discurso a conciencia,
verificando previamente de que el proyector funciona correctamente, etc.).
A veces también
preocupa el pensar que el público pueda darse cuenta del miedo que uno tiene
(sudores, temblor en el habla o en las piernas, cara demacrada, etc.), pero es
muy difícil que esto ocurra:
Son reacciones
físicas que uno percibe intensamente pero que apenas son percibidas por
terceros. Además, en el caso hipotético de que así fuera, el público pensaría
que son reacciones muy naturales, que a cualquiera le podría ocurrir.
La mejor forma de
combatir el miedo es con una adecuada preparación: hay que trabajar y ensayar
la intervención con rigurosidad.
Cuando se domina
la presentación se reducen drásticamente las posibilidades de cometer errores;
esto genera confianza y disminuye el nivel de ansiedad.
También resulta
muy útil pensar en positivo, es decir, en la satisfacción tan enorme que a uno
le produciría obtener un gran éxito.
El orador debe
autoconvencerse de que con una buena preparación este éxito está al alcance de
la mano.
Otro modo de
combatir el nerviosismo es realizar, unas horas antes de la intervención, algún
ejercicio físico intenso (un partido de tenis, salir a correr,
etc.).
Esto contribuye a
quemar energías y genera un cansancio físico que contribuye a calmar los
nervios.
Cuando llega el
momento de la intervención uno debe autoimponerse tranquilidad, especialmente
en los momentos iniciales de misma.
Si uno consigue
sentirse cómodo al principio, es posible que mantenga esta línea durante el
resto de la intervención.
Subir al estrado
con tranquilidad, sin prisas, mirar al público unos instantes mientras se le
saluda, ajustar el micrófono, organizar las notas... y comenzar a hablar
despacio.
A lo que nunca se
debe recurrir es a tomar pastillas o un par de "copitas", ya que
podrían generar un estado de aturdimiento que dificultase la exposición.
En todo caso, un
cierto grado de nerviosismo puede que no venga mal, ya que permite iniciar la
intervención en un estado de cierta agitación, de mayor energía.
3. Preparación de
la intervención
A la hora de
preparar el discurso hay que tener en cuenta:
a) Público
asistente: el discurso tiene que ser apropiado para el público que va a
asistir. Hay que ver qué temas le pueden interesar, cual puede ser su nivel de
conocimiento sobre el mismo, hay que utilizar un lenguaje adecuado, tener en
cuenta si conoce o no términos técnicos, etc.
No es lo mismo
explicar los resultados del ejercicio a la junta general de accionistas, que a
los empleados de la sociedad. En el primer caso será un discurso mucho más
formal.
Tampoco es lo
mismo hablar sobre el cambio climático ante una comisión de científicos, que en
un colegio mayor. El nivel de precisión y el lenguaje técnico que se pueden
utilizar son muy diferentes en ambos casos.
Tampoco es lo
mismo hablar ante 10 personas que ante 1.000. En el primer caso hay más
posibilidades de interacción con el público, más cercanía; en el segundo caso
el discurso tenderá a ser mucho más formal.
b) Objeto de la
intervención. Hay que tener muy claro el motivo de la intervención.
Felicitar a los
empleados por los buenos resultados, comunicar un recorte de plantillas,
felicitar a un empleado por sus 25 años en la empresa, convencer al público
para que vote por un determinado partido político, etc.
El discurso puede
tener por objeto informar, motivar, entretener, advertir, amonestar etc., y en
función de ello habrá que adaptar el estilo del mismo: formal o informar, serio
o entretenido, cercano o distante, monólogo o participativo, etc.
c) Tema a tratar:
según el tema que se vaya a tratar el estilo del discurso puede ser
radicalmente diferente.
No es lo mismo
hablar en el Pleno del Ayuntamiento sobre los presupuestos del año, que sobre
la organización de las fiestas patronales.
No es lo mismo
dirigirse a los empleados para explicarles los resultados del año, que
presentarles los nuevos objetivos. En el primer caso se busca comunicar
(lenguaje preciso) y en el segundo motivar (discurso más apasionado y
entusiasta).
d) Lugar de la
intervención. El lugar del acto imprime también carácter.
No es lo mismo
hablar en un auditorio, en la sala de reuniones de la empresa, en una fiesta de
cumpleaños, en un banquete de boda, etc.
e) Tiempo de la
intervención: el tipo de discurso será completamente diferente dependiendo de
si va a durar 5 minutos o si va a durar una hora y media. Las posibilidades de
improvisar, de profundizar en la materia, de estructurar el discurso
(introducción, desarrollo y conclusión), de utilizar fichas de apoyo, de
utilizar transparencias, etc.), varían en uno y otro caso.
Todos estos
aspectos habrá que tenerlos en cuenta a la hora de definir el tipo de
intervención que se quiera presenta
II.
Estilo de la intervención
4. Estilo de la
intervención
Cuando se habla en
público, el estilo de la intervención va a depender de diversos factores, entre
ellos los que se señalaron en la lección anterior.
Es decir, en
función del motivo de la intervención, del objetivo que se pretende conseguir,
del público asistente, etc., el discurso tendrá un estilo determinado.
Un mismo tema se
puede presentar de maneras muy diferente (por ejemplo, la presentación de los
resultados de una empresa variará según se trate de rendir cuentas ante los
accionistas o de felicitar a los empleados por los objetivos conseguidos).
No se puede
pretender hablar en público siempre de la misma manera: hay que ajustar el
estilo de la intervención a las características de cada ocasión, ya que si no
se hiciera la actuación podría resultar en un enorme fracaso (con independencia
de que uno sea un experto en la materia).
Las
características que definen el estilo de una intervención son numerosas:
Formal o informal
Serio o
desenfadado
Sobrio o
entusiasta
Cercano o distante
Riguroso o
generalista
Monólogo o
participativo
Con apoyo visual
(proyector) o no
Etc.
Ejemplos:
Discurso en un
acto oficial: será un discurso formal, sobrio y riguroso.
Presentación de un
proyecto técnico: será un discurso muy técnico y preciso, el estilo puede ser
más informal y cercano, se utilizará apoyo visual, posibilidad de preguntar,
etc.
Discurso de
inaguración de las fiestas locales: informal (aunque no por ello menos
preparado), entusiasta, divertido (con anécdotas, toques de humor, ironía,
etc.), cercano, etc.
Palabras
improvisadas en un banquete de boda: informal, familiar, entrañable, breve,
etc.
El orador buscará
darle a su intervención aquella orientación con la que pueda lograr el mayor
impacto posible con el público.
Si no se tiene
claro cual es el enfoque apropiado, habría que hablar con los organizadores del
acto o con alguna persona experta para conocer su opinión.
En caso de duda es
preferible adoptar la opción más conservadora: resulta menos llamativo hablar
de manera formal en un acto informal, que hablar de manera informal en un acto
formal.
La forma de vestir
también puede venir determinada por el tipo de acto (no es lo mismo intervenir
en el Congreso de los Diputados que en un meeting político).
Si no se cuidan
todos estos detalles, puede suceder que el orador no consiga captar la atención
del público, quien se irá con la impresión de que el discurso ha estado
completamente fuera de lugar.
Una última
observación:
Un toque de humor,
sabiamente administrado, no está reñido con la seriedad ni con el rigor
(además, ayuda a acercarse a la audiencia).
5. Público
Cuando se habla en
público lo primero que hay que buscar es captar su interés y atención, con
vistas a que la comunicación resulte efectiva.
Hablar a un
público que no muestra interés es perder el tiempo.
Si el público
asiste al acto es porque le interesa, porque espera obtener algo (aprender,
conocer otros puntos de vista, pasar un rato agradable, etc.), por lo que hay
que intentar no defraudarle.
No hay que ver al
público como al enemigo.
Hay que preparar
el discurso en función del público que se espera que asista:
Tratando un tema
que le interese (si el orador tiene la opción de poder elegir).
Utilizando un
lenguaje apropiado, comprensible; no se deben utilizar términos que le resulten
extraños (no es lo mismo dirigirse a universitarios que a un grupo de
jubilados).
Un mismo tema se
puede abordar de manera diferente en función del público objetivo.
Una presentación
sobre el buen comportamiento del paro en España será diferente si se realiza en
el Congreso de los Diputados o si tiene lugar en un meeting político (en el
primer caso será una presentación más formal, distante y sobria, mientras que
en el segundo caso puede ser más informal y apasionada).
Aunque hasta el
momento de la intervención no se tendrá una idea exacta del público asistente,
habría que hablar previamente con los organizadores del acto para que indiquen
qué tipo de público se espera que asista.
Un aspecto que
conviene tener en cuenta es si se trata de un grupo homogéneo (por ejemplo,
alumnos de la facultad de derecho) o no (por ejemplo, el público de las fiestas
locales), ya que el discurso deberá ir dirigido a todos ellos.
No se deben
utilizar términos o expresiones que parte del público no conozca, ni entrar en
unos niveles de detalle que a una parte del público pueda no interesarle, o que
sencillamente no sea capaz de entender.
También hay que
informarse del número previsto de asistentes:
No es lo mismo
dirigirse a 10 que a 300 personas. Esto influirá en la capacidad de interactuar
(preguntar, debatir, etc), en la necesidad o no de utilizar micrófono, en los
posibles medios de apoyo (pizarra, proyectores, etc.).
Si el público es
numeroso habrá que hablar más alto (con independencia de que se utilice
micrófono), aspecto que se tendrá en cuenta en los ensayos. Con pocos
asistentes el estilo puede ser más informal, más cercano, frente a un estilo
más formal cuando la audiencia es numerosa.
Hay que tener en
cuenta el posible conocimiento que pueda tener el público sobre el tema que se
va a abordar, ya que esto determinará hasta que nivel se podrá profundizar, o
que vocabulario, más o menos técnico, se podrá utilizar.
Un aspecto que
también influirá en el discurso es si el orador conoce ya al público (ha
participado en ocasiones anteriores, trabaja en la empresa, vive en el pueblo,
etc.) ya qué esto podría permitirle darle a su discurso un toque de mayor
cercanía, más informal.
Hay que tratar de
anticipar si el público va a estar de acuerdo o no con la tesis que se va a
exponer y en el caso de que se prevean discrepancias, intentar conocer las
razones de las mismas.
En la exposición
de puede hacer referencia a otros posibles puntos de vista, tratarlos con
rigurosidad y respeto, aunque indicando que no se coincide con ellos.
También hay que
considerar las preguntas más probables que el público pueda plantear, lo que
permitirá llevar preparadas las respuestas.
6. Lugar de la
intervención
El lugar de la
intervención también determina en gran medida el tipo de discurso:
El lugar imprime
al acto su propia identidad, dándole una nota de mayor o menor formalidad:
No es lo mismo
intervenir en una pequeña sala de junta, en un auditorio, o desde el balcón del
ayuntamiento.
El orador debe
conocer el lugar en el que va a hablar y tenerlo en cuenta a la hora de
ensayar.
Conocer sus
dimensiones, si podrá contar con proyectores, pizarras, etc.; si el estrado
tiene una dimensión suficiente para poder moverse por él; si tendrá también la
posibilidad de moverse entre el público (por ejemplo, en un aula
universitaria), etc.
Lo ideal sería,
además de conocerlo, realizar allí el último ensayo general, el día previo al
acto.
Esto le permitiría
familiarizarse con el sitio, lo que también contribuye en cierta medida a
calmar un poco los nervios.
Si uno no tiene
posibilidad de visitar el local, al menos debería ponerse en contacto con los
organizadores del acto para que le informen sobre sus características.
Lo que no se debe
hacer es no conocer el lugar donde se va a hablar hasta el momento de la
intervención, no vaya a haber sorpresas de última hora de difícil solución:
No dispone de
proyector para mostrar las transparencias que se habían preparado, no hay un
atril donde colocar las fichas de apoyo, el estrado es demasiado pequeño, etc.
Se trata, en
definitiva, de evitar cualquier imprevisto que pueda perjudicar la intervención
III. Discurso
e Idea Clave
7. Duración de la
intervención
La duración de la
intervención condiciona la preparación del discurso.
No es lo mismo
preparar una intervención de 5 minutos que una de hora y media.
Cuando se prepara
un discurso hay que intentar ajustarse a un tiempo algo inferior al que uno
tiene previsto, ya que durante el mismo es frecuente que uno tienda a
extenderse (saludos, agradecimientos, alguna anécdota improvisada, etc.)
Siempre es
preferible quedarse corto que sobrepasar el tiempo asignado. El público
agradece la brevedad.
Hay que tener
presente la posibilidad de que en el último momento los organizadores del acto
modifiquen la duración de la intervención, bien ampliándola (porque un
conferenciante no haya podido asistir), bien recortándola (porque el acto marche
con retraso).
El orador debería
llevar preparado material adicional (otros argumentos, anécdotas, ejemplos,
transparencias, etc.) por si tuviera que hablar más tiempo del previsto.
También debe tener
identificadas partes del discurso que se puedan omitir, para el caso contrario
en el que se recorte el tiempo de la intervención.
Durante el
discurso hay que controlar el tiempo (tener un reloj a la vista que se pueda
mirar discretamente), tratando de que la intervención se vaya desarrollando
según lo previsto, evitando agotar el tiempo con el discurso todavía por la
mitad.
No hay que olvidar
que una de las partes principales del mismo es la conclusión, a la que hay que
dedicar el tiempo necesario para poder desarrollarla convenientemente.
Si el discurso es
extenso el orador no debería confiar únicamente en su memoria ya que corre el
riesgo de olvidar algún punto fundamental o, peor aún, de quedarse en blanco.
Es conveniente en
este caso llevar preparadas fichas de apoyo que le pueden servir de guía a lo largo
de su exposición.
Por último, una
idea que hay que tener siempre presente:
El orador sólo se
extenderá en la medida en la que tenga algo interesante que decir, lo que no
debe hacer bajo ningún concepto es tratar de "rellenar" el tiempo con
información carente de interés (al público no se le puede aburrir).
En este caso es
preferible hablar con los organizadores del acto y comunicarles que el tiempo
asignado es demasiado extenso para el tema que se va a tratar.
8. Discurso
La elaboración del
discurso, aún siendo determinante, constituye tan sólo una primera etapa de la
preparación del acto (y puede que no la más complicada).
Cuando se prepara
un discurso hay que tener muy claro cuál es su objetivo, qué es lo que se
pretende conseguir (informar, motivar, divertir, advertir, etc.).
En primer lugar
hay que definir el tema de la exposición. Esto puede venir ya indicado por los
organizadores del acto (aunque uno siempre podrá darle su propia orientación) o
puede que uno tenga libertad para elegirlo.
Definido el tema,
hay que determinar la idea clave que se quiere transmitir y sobre la que va a
girar toda la argumentación.
Por ejemplo, se va
a hablar sobre el sector del vino en España y se quiere transmitir la idea de
su falta de proyección internacional.
Una vez
seleccionada la idea clave, hay que buscar argumentos en los que apoyarla. Para
ello lo mejor es dar rienda suelta a la imaginación ("lluvia de
ideas") e irlas anotando a medida que vayan surgiendo.
Este proceso puede
durar algunos días (hay que dar tiempo a la imaginación; las ideas surgen
inesperadamente).
Una vez que se
dispone de una lista de posibles argumentos hay que seleccionar los 4 o 5 más
relevantes (y no más).
Hay que tener
presente que en un discurso la capacidad de retención que tiene el público es
limitada y que difícilmente va a ser capaz de asimilar más de 4 o 5 conceptos.
Tratar de apoyar
la idea clave con muchos argumentos a lo único que lleva es a que el público
termine sin captar lo esencial (los árboles no dejarían ver el bosque).
Una vez que se han
seleccionado esos pocos argumentos que se van a utilizar hay que desarrollarlos
en profundidad. Se utilizarán conceptos, datos, ejemplos, citas, anécdotas,
notas de humor (se pueden incluir aunque el tema tratado sea muy serio).
El discurso se
estructura en tres partes muy definidas:
Introducción
(plantea el tema que se va a abordar y la idea que se quiere transmitir).
Desarrollo (se
presentan los distintos argumentos que sustentan la idea).
Conclusión (se
resalta nuevamente la idea y se enumeran someramente los argumentos
utilizados).
El discurso no
tiene por qué ser una pieza literaria, lo que sí debe primar es la claridad.
Al ser escuchado
(y no leído) el público no tiene tiempo de analizar detenidamente el lenguaje
utilizado, la estructura de las frases, etc.
Además, en el
supuesto de no entender una frase no va a tener la posibilidad de volver sobre
ella.
Todo ello lleva a
que en el discurso deba emplearse un lenguaje claro y directo, frases sencillas
y cortas. Hay que facilitarle al público su comprensión.
Para terminar,
señalar algunos aspectos importantes:
Independientemente
del tema que se vaya a tratar, hay que procurar que el discurso resulte
atractivo, novedoso, ágil, con gancho, bien fundamentado, interesante (aunque
el tema abordado sea tan árido como, por ejemplo, "La reforma fiscal
durante la II República).
Debe primar
siempre la idea de la brevedad (el público lo agradece). La brevedad no implica
que el discurso tenga que ser necesariamente corto, sino que no debe extenderse
más allá de lo estrictamente necesario (ir "al grano", evitar rodeos
que tan sólo dificultan la comprensión y terminan aburriendo).
Siempre es
preferible quedarse corto que pasarse.
9. Idea clave
Como se ha
comentado en la lección anterior, el discurso girará sobre una idea principal
(idea clave), que resume el punto de vista del orador sobre el tema tratado.
Hablar en público
constituye una oportunidad que no se puede desaprovechar:
Un grupo de
personas, más o menos numeroso, está pendiente de lo que uno les va a decir,
por ello hay que ser enormemente selectivo en la idea que se quiere transmitir.
No se puede perder
esta oportunidad tratando temas marginales o menos relevantes.
El orador tiene
que ser capaz de ir al núcleo del asunto.
Es preferible
centrarse en un solo mensaje que quede claro que abordar distintas ideas que al
final sólo produzcan confusión.
Cuando se habla en
público hay que ser muy conciso, evitar la dispersión, ya que la capacidad de
retención del público es limitada.
Para definir la idea
clave uno debe tomarse un periodo de reflexión y hasta que no esté convencido
de la misma no comenzará a desarrollar su discurso.
Esta idea
principal se expresa en la introducción (para que el público sepa cual es la
posición que se va a defender), se argumentará durante el desarrollo y se
destacará nuevamente en la conclusión.
El objetivo del
orador es que cuando termine su intervención el público conozca perfectamente
cual es su opinión y los argumentos en los que se basa.
IV.
Introducción y Conclusión
10. Introducción
La introducción es
una parte fundamental del discurso.
Al iniciar la
intervención el orador se "juega" el conseguir o no la atención del
público.
Si la introducción
resulta interesante, atractiva, novedosa, sugerente, y si el orador parece
preparado, agradable, entusiasta, entretenido, es posible captar la atención
del público, y una vez que se ha conseguido es más fácil mantenerla a lo largo
de todo el discurso.
Si por el
contrario, el orador no consigue en la introducción "enganchar" al
público, a medida que avance el discurso le va a resultar cada vez más difícil
lograrlo (si el público no ha prestado atención al principio, es muy complicado
que luego pueda captar la línea argumental, aunque lo intente).
Si la introducción
suena a rollo, la voz resulta monótona, no se oye bien, no queda claro de que
se va a hablar, la imagen del orador resulta indiferente, etc., es muy fácil
que la mente del público empiece a viajar en diferentes direcciones.
Hay mil cosas en
las que el público puede entretenerse (este orador se parece a mi vecino; que
mal le queda el traje, que corbata más rara, como sesea, que calor hace aquí,
ya está el de delante estornudando, etc, etc).
La presentación
tiene que ser breve, se trata simplemente de introducir el tema que se va a
tratar; ya habrá tiempo más adelante para desarrollarlo.
En la introducción
tiene que quedar muy claro el asunto que se va a abordar y la opinión del
orador sobre el mismo.
Si el discurso va
a ser extenso, en la introducción se debe presentar un pequeño guión indicando
los distintas partes de la exposición.
La introducción se
tiene que preparar a conciencia.
Hay que ser capaz
de exponerla sin recurrir a fichas de apoyo (aunque se lleven preparadas) ya
que gana en espontaneidad.
Además, es al
comienzo de la intervención cuando los nervios están más a flor de piel, por lo
que una buena preparación ayuda también a dominarlos.
La introducción
debe empezar con entusiasmo, con energía. Marca la línea que debe seguir el
resto de la intervención.
Por último,
indicar que la introducción debe comenzar con un saludo a los asistentes,
agradeciéndoles su presencia; también se dará las gracias a los organizadores
del acto por la invitación.
Si alguien ha
intervenido antes se le dedicarán unas palabras de reconocimiento (aunque haya
sido un auténtico petardo).
11. Desarrollo
Durante el
desarrollo del discurso se expondrán aquellos argumentos principales que
sustenten la idea defendida por el orador.
Hay que ser muy
selectivo en la utilización de argumentos de apoyo (no más de 4 o 5).
En este desarrollo
no hay que extenderse más allá de lo necesario. Ya se ha repetido anteriormente
que debe primar siempre el principio de brevedad.
No hay que abusar
de los datos, de los detalles (ocultan los aspectos fundamentales).
Hay que dar
exclusivamente aquella información que sea realmente relevante.
El desarrollo debe
ser ágil, combinando conceptos teóricos, ejemplos, datos estadísticos, citas,
comparaciones, anécdotas e incluso incluyendo algún toque de humor (permite
acercar el discurso al público).
Es conveniente que
estos ejemplos, anécdotas, citas etc., sean relevantes, vengan al caso, y no se
utilicen simplemente para tratar de impresionar al público con los
conocimientos que uno posee (el público rechaza la pedantería).
El desarrollo debe
ser equilibrado, repartiendo el tiempo entre las distintas partes que se van a
exponer, evitando extenderse en demasía en un punto determinado y pasar
"de puntillas" por otro igualmente importante.
Se utilizarán, si
es posible, medios de apoyo (pizarra, transparencia, etc.), con idea de ir
alternando la palabra con la imagen, dando movimiento a la presentación y
evitando la monotonía.
12. Conclusión
La conclusión es
un recordatorio del tema tratado, del punto de vista defendido y de los
principales argumentos presentados.
La conclusión debe
ser breve, destacando únicamente los puntos básicos que se han expuesto.
Mientras más se
diga, menos resaltarán los aspectos claves.
La conclusión, al
igual que la introducción, es una parte fundamental del discurso que debe ser
preparada a conciencia.
Probablemente,
cuando el público abandone la sala tan sólo recuerde de la presentación lo que
se haya dicho en la conclusión.
Es conveniente
tener la conclusión aprendida de memoria, de modo que se pueda desarrollar sin
tener que recurrir a fichas de apoyo (aunque se lleven por si acaso).
Así gana en
espontaneidad, en frescura, pudiendo el orador centrar todo su esfuerzo en
enfatizar sus palabras, sus gestos, mirando al público, sin tener que estar
consultando sus notas.
En la conclusión
el orador debe emplearse a fondo, utilizando un lenguaje enfático, hablando con
determinación, con entusiasmo.
Es el momento de
recalcarle al público el punto central de la exposición.
A lo largo del
discurso hay que controlar el tiempo con vistas a disponer al final de los
minutos necesarios para poder desarrollar adecuadamente la conclusión (es el
momento del lucimiento).
Es frecuente que
el orador tienda a alargarse más de la cuenta y al final tenga que cerrar su
discurso de forma atropellada, sin la oportunidad de poder rematarlo con una
buena conclusión.
Como cierre de la
intervención, se agradecerá nuevamente al público su asistencia y el interés
mostrado, y uno se retirará lentamente del estrado mientras se oyen los
aplausos.
Lo correcto es
abandonar el mismo antes de que los aplausos finalicen, y por supuesto nada de
volver al estrado con los brazos en alto haciendo el signo de la victoria, ni
tampoco invitar a la familia a que suba para compartir con ellos estos breves
momentos de gloria.
V. Ensayo
y Presentación
13. Ensayo
Toda intervención
pública exige una preparación adecuada, no se puede dejar nada al azar.
La diferencia
puede ser entre un discurso discreto y un gran discurso.
La regla
fundamental es ensayar, ensayar y ensayar.
Ensayar con
seriedad permite llegar a dominar la actuación que se va a realizar, lo que
contribuye a aumentar la autoconfianza y a reducir la tensión típica de los
días previos a la intervención.
Ensayar no significa
simplemente repasar mentalmente el texto dos horas antes de la intervención.
Ensayar implica:
Leer el discurso
en voz alta, cuantas veces sean necesarias, hasta llegar a familiarizarse con
él.
Exponer el
discurso, recreando en todo lo posible las condiciones en las que se va a
desarrollar la intervención (de memoria, con apoyo de notas, utilizando
pizarra, con proyección de transparencia, con micrófono...).
Practicar la voz,
los silencios, las miradas, los movimientos, las manos, los gestos de la cara,
etc.
Ser capaz de
mostrar serenidad, transmitir entusiasmo, saber enfatizar, mostrarse
convincente, etc.
En definitiva, se
ensaya no sólo para dominar el texto (evitar poder quedarse con la mente en
blanco), sino con vista a sacarle todo su jugo, de conseguir conectar con el
público, de motivarlo, de entusiasmarlo, etc.
Hay que ensayar
incluso aunque se pretenda improvisar el discurso.
Tan sólo el
dominio del mismo permitirá realizar una buena improvisación.
Resulta muy útil
grabarse en video y analizar con sentido crítico la actuación:
Permite detectar
fallos y poder corregirlos.
También resulta
interesante ensayar con público:
Convencer a algún
familiar o amigo para que esté presente en algún ensayo y que realice un
análisis crítico, señalando aquello que haya ido bien y aquello otro que
necesite ser mejorado.
Se debería
realizar un último ensayo (el ensayo general) en el lugar en el que se va a
celebrar el acto, y si es posible con participación del equipo técnico de luz y
sonido.
El objetivo es
familiarizarse con el entorno y coordinar todos los aspectos de la
intervención.
Se ensayará hasta
el día anterior al acto.
El día de la
actuación es preferible descansar, ya que un ensayo de última hora, sin tiempo
para corregir fallos, tan sólo sirve para aumentar el estado de nerviosismo.
14. Día del acto
El día del acto el
orador debe procurar encontrarse en plena forma.
La noche anterior
debe dormir las horas necesarias. Hay que llegar al discurso fresco, con la
mente despejada, al 100% de capacidad.
Debe ser un día
relajado.
Hay que evitar
actividades que resulten cansadas o que puedan generar nerviosismo.
Hay que procurar
tener una agenda despejada: nada de numerosas reuniones, comités, presentación
de resultados, comida de trabajo, etc. Uno llegaría al acto prácticamente
"deshecho".
Se comentó en la
lección anterior que el día de la intervención no se debe ensayar.
En las horas
previas al discurso es conveniente estar relajado, como mucho se puede echar un
vistazo rápido al guión o a las notas de apoyo.
Es conveniente
comer varias horas antes de la intervención, con el fin de realizar
tranquilamente la digestión.
La comida debe ser
ligera, que no produzca pesadez.
Se debe evitar
abusar del café (aumenta el nerviosismo) o del alcohol (aturde), ni tampoco se
tomarán pastillas tranquilizantes (adormecen). Cualquiera de estas sustancias
puede provocar reacciones inesperadas una vez en el escenario.
También se deben
evitar, si es posible, desplazamientos fuera de la ciudad, no vaya a ser que
atascos de última hora, averías del coche..., puedan dar lugar a situaciones de
infarto.
Si la intervención
tiene lugar en una localidad distante es preferible desplazarse el día anterior
con el fin de amanecer ya en dicho lugar y poder descansar hasta el momento de
la intervención.
Si se viaja el
mismo día pueden surgir imprevistos de difícil solución (el avión se retrasa,
se pierde el tren, el coche no funciona, etc.).
Si no hay más
remedio, se viajará con tiempo suficiente (nada de apurar hasta el último
momento) y si se puede, se evitará conducir (produce cansancio).
Es conveniente
acercarse al lugar del acto con tiempo de sobra, evitando prisas de última hora
(no se encuentra taxi, la calle está atascada, etc.).
Uno puede emplear
estos minutos en comprobar que todo está en orden (atril, proyector, micrófono,
luces, etc.).
Por último,
señalar que puede resultar muy beneficioso realizar unas horas antes de la
intervención alguna actividad física (correr, jugar al tenis, etc.), ya que
contribuye a quemar energías y a calmar los nervios.
15. Presentación
Lo oportuno es que
la persona responsable de conducir el acto sea quien se encargue de presentar
al orador, aportando algunos datos básicos de su biografía.
Dicha
presentación, siendo, como es de esperar, halagadora, no debe caer en
exageraciones que le resten credibilidad.
"Tengo el
gusto de presentarles a D. Gumersindo Bisoñez, auténtico experto en la materia,
una eminencia mundial de reconocido prestigio, un faro que ilumina la senda del
progreso, ejemplo preclaro del saber hacer, un profesional como la copa de un
pino, amigo de sus amigos, defensor de las causas justas...y bla, bla,
bla".
En la presentación
se debe facilitar únicamente aquella información sobre el orador que tenga
relación con el tema que se va a tratar, lo que ayudará al público a
situarse.
Por ejemplo, si se
va a hablar sobre transplantes de órganos resulta oportuno comentar la posible
experiencia que tenga el orador en este terreno, y no limitarse simplemente a
decir que es médico.
Si el orador ha
recibido premios significativos, reconocimientos, etc. que tengan relación con
la materia a abordar, es conveniente ofrecer esta información para que el
público pueda tener una valoración más exacta de la persona que les va a
hablar.
Una vez que el
orador toma la palabra, empezará agradeciendo al presentador de forma sencilla
sus palabras de elogio, dirigiéndole la mirada.
Por ejemplo:
"muchas gracias, D. Roberto, por esas palabras tan cordiales de
bienvenida".
Se debe evitar la
falsa modestia: "gracias por esas palabras tan inmerecidas".
A continuación, se
saludará al público, tratando de abarcar con la mirada toda la sala (si se
saluda sin dirigir la mirada, mientras se ordenan las notas de apoyo, resultará
un saludo muy frío y meramente protocolario).
Hay que evitar un
comportamiento muy típico que consiste en subir al estrado y tomarse un tiempo
(que resulta una eternidad) en organizar las notas, el micrófono, beber agua,
etc., sin haber previamente saludado (resulta poco elegante).
Si nadie introduce
al orador, él mismo tendrá que hacerlo.
Tras saludar al
público, uno se presentará aportando algunos datos básicos de su biografía (no
se trata de leer el Curriculum Viate).
Por ejemplo, si
uno va a hablar de política internacional, resulta oportuno decir que es profesor
de dicha materia en tal universidad, o que es miembro del comité de asuntos
exteriores de tal partido político, etc., lo que no vendría al caso es decir,
por ejemplo, que es socio fundador de la peña sevillista "Biri-Biri".
Lo que uno no hará
es mencionar los posibles diplomas, condecoraciones o títulos que haya
recibido, ya que puede resultar pretencioso (disponiendo al público en contra).
"Soy profesor
emérito del Real e Ilustre Colegio de Arquitectos de Málaga, premio
extraordinario fin de carrera, número uno de mi promoción, condecorado con la
Gran Cruz de Segismundo, distintivo azul, por mis valiosas contribuciones
científicas, y bla, bla, bla".
No hay que olvidar
que el público premia la humildad y aborrece la ostentación.
VI.
Voz y Lenguaje
16. Intervención
El discurso no
consiste simplemente en leer un texto (para eso sería más fácil repartir
fotocopias a los asistentes), sino en exponer de manera convincente unas ideas.
El discurso hay
que interpretarlo, hay que sacarle todo su "jugo", hay que enfatizar,
entusiasmar, motivar, convencer, persuadir, etc.
La intervención
tiene que ir encaminada a captar (y mantener) la atención del público y a
facilitar la comprensión del mensaje.
No se trata de
asombrar al público con lo que uno sabe, con la riqueza del vocabulario que
emplea, con la originalidad del estilo que utiliza.
Lo que hay que
tratar es de llegar al público de la manera más directa, más fácil y, a la vez,
más sugerente.
El orador tiene
que cuidar el ritmo de su intervención, tratando de mantener la emoción y la
atención del público durante toda la intervención, evitando atravesar por
momentos de gran intensidad, seguidos por momentos de escaso intereses (se
arriesgaría a perder la atención de la audiencia).
La persona que
interviene tiene que ser muy consciente de que además de utilizar un leguaje
verbal (lo que dice, cómo lo dice, vocabulario empleado, entonación, volumen de
voz, énfasis, etc.), utiliza también un lenguaje corporal que el público capta
con igual claridad (gestos, movimientos, expresiones, posturas, posición en el
estrado, etc).
La mayoría de las
veces uno no es consciente de este lenguaje corporal por lo que resulta muy
difícil controlarlo. No obstante, dada su importancia es un aspecto que hay que
trabajar en los ensayos.
Desde el momento
en el que el orador sube al estrado el público comienza a fijarse y a analizar
multitud de factores (como se mueve, su grado de nerviosismo, como va vestido,
su tono y volumen de voz, sus gestos, seriedad o sonrisa, etc.) y con todo ello
se va formando una imagen del orador que puede considerar interesante,
aburrida, sugerente, intrascendente, atractiva, patética, ridícula, etc.
Esta imagen que el
público se forma influye decisivamente en el interés que va a prestar a la
intervención, así como en su predisposición a aceptar o no las ideas
presentadas.
Si esta imagen es
positiva, el público será mucho más proclive a aceptar los argumentos
presentados, mientras que si es negativa tenderá a rechazarlos o a no
prestarles atención.
El orador debe
proyectar una imagen de profesionalidad, de desenvoltura, de dominio de la
materia, etc.
El orador debe
mostrar entusiasmo: es una manera de reforzar sus ideas, además el entusiasmo
es contagioso y dispone al público a favor.
Hay que mostrar un
rostro amable, una sonrisa (ayuda a ganarse al público) y evitar gestos
antipáticos (provocan rechazos).
En la valoración
global del discurso el público no sólo tendrá en cuenta las ideas expuestas y
la solidez de los argumentos, sino también la imagen del orador.
Por ello, no
resulta lógico trabajar intensamente en el texto del discurso y al mismo tiempo
descuidar otros detalles igualmente importantes.
Dentro de la
comunicación verbal hay que destacar la importancia de los silencios:
El silencio juega
un papel fundamental en toda comunicación verbal, por lo que hay que saber
utilizarlo de forma adecuada.
El silencio se
debe utilizar de forma consciente (para establecer pausas, destacar ideas, dar
tiempo a la audiencia a asimilar un concepto, romper la monotonía de la
exposición, etc.).
El silencio no se
puede utilizar aleatoriamente, sin un fin determinado, ya que lo único que
haría sería interferir en la comunicación, dificultándola.
Hay que vencer el
miedo que sienten muchos oradores que evitan el silencio a toda costa (piensan
que rompen la comunicación).
Una regla que debe
presidir toda intervención es la de la naturalidad.
Al público le
gusta ver en el orador a una persona normal, cercana.
El público se
suele mostrar muy tolerante con los errores normales que se puedan cometer (los
atribuirá a los nervios típicos del momento), pero si hay algo que rechaza es
la artificialidad, la pomposidad, la antipatía y el aburrimiento.
Por último,
señalar algunas cosas que el orador debe tener disponible cuando sube al escenario:
Vaso de agua (para
aclarar la voz)
Reloj (para
controlar el tiempo; lo situará en un sitio visible donde pueda consultarlo de
forma discreta).
Pañuelo (para
secarse los labios después de beber o por si se estornuda -imagínese un ataque
de tos, una nariz que comienza a gotear... y el orador sin pañuelo-).
17. Voz
Durante la
intervención hay que cuidar la voz:
Una voz monótona,
desagradable, un volumen bajo, etc. lleva a la audiencia a desconectar.
Normalmente uno no
conoce su propia voz, de ahí que se sorprenda cuando se escucha en una
grabación.
Oírse en una
grabación es muy útil ya que permite familiarizarse con la voz, oírla como la
oyen los demás. Es la manera de conocer como suena, como resulta, que defectos
hay que corregir.
Dominar la voz
sólo se consigue con ensayo:
Grabando el
discurso y oyéndolo, lo que permite detectar fallos (se habla muy rápido, no se
vocaliza suficientemente, se habla muy bajo, se tiende a unir palabras, etc.) y
poder tratar de corregirlos.
También es
interesante preguntarle a alguien su opinión.
Una vez detectados
los fallos se trabajará sobre ellos con vistas a mejorar la calidad de la voz.
Aunque la voz sea
difícil de cambiar, si se pueden mejorar algunos defectos que dificultan su
comprensión o que la hacen poco atractiva (una voz nasal, una voz excesivamente
fina o ronca, etc.).
Hay que saber
modular la voz: subir y bajar el volumen, cambiar el ritmo, acentuar las
palabras; todo ello ayuda a captar la atención del público.
Hay que jugar con
la voz para enfatizar los puntos importantes del discurso, destacar ideas,
introducir nuevos argumentos, contar anécdotas, resaltar las conclusiones, etc.
Por ejemplo, si se
realiza una afirmación hay que hablar con determinación (voz firme, alta, sin
titubeos); en otras partes del discurso (una explicación, una anécdota, etc.)
se puede utilizar un tono más distendido, más relajado.
Hay que hablar
claro, esforzarse en vocalizar con mayor precisión que de costumbre, remarcar
los finales de palabra, etc.
Un aspecto que hay
que cuidar especialmente es el volumen:
En la vida
ordinaria uno suele hablar con personas muy próximas, lo que determina que uno
se acostumbre a hablar bajo.
Cuando se habla en
público hay que hacer un esfuerzo por hablar más alto (aspecto que hay que
cuidar en los ensayos).
Hay que conseguir
que la voz llegue con claridad a toda la sala.
Un fallo que se
suele cometer es empezar las frases con un volumen elevado e ir disminuyéndolo
a medida que se avanza, de modo que el final de la frase parece como si
careciese de importancia.
En los ensayos hay
que vigilar este problema y tratar de corregirlo.
También es muy
frecuente hablar demasiado rápido, tendencia que se intensifica cuando se habla
en público (debido a los nervios).
Dificulta la
comprensión y proyecta una imagen de nerviosismo.
En los ensayos hay
que vigilar este aspecto. Hablar lento facilita la comprensión, proyecta una
imagen de seguridad y ayuda a calmar los nervios.
Hay que estar muy
atento al comienzo de la intervención: si se empieza hablando pausadamente es posible
que se consiga mantener esta línea a lo largo de toda la intervención.
Cuando la
audiencia es medianamente numerosa (más de 50 personas) es conveniente utilizar
micrófono, lo que exige una cierta práctica:
El micrófono hay
que mantenerlo siempre a la misma distancia de la boca (si se acerca y se aleja
el volumen presentará oscilaciones).
Hay que cerciorase
de que el volumen del micrófono es el adecuado y que la voz llega con claridad
a toda la sala (lo mejor es preguntarle al público al comienzo de la
intervención si se oye con claridad).
Si uno habla bajo
no debe recurrir a elevar el volumen del micrófono, sino que tendrá que
esforzarse en hablar más alto.
Una regla de oro
cuando se habla en público es la naturalidad:
El público
agradece la naturalidad y aborrece la afectación.
Si uno tiene
acento no tiene por qué ocultarlo (espontaneidad), pero tampoco exagerarlo
(dificultaría la comprensión).
18. Lenguaje
Hay que utilizar
un lenguaje apropiado para el público al que uno se dirige, ya que lo primero
que uno debe procurar es ser entendido. De ahí la importancia de tener una
cierta idea del tipo de público que se espera que asista al acto.
Por ello, no se
deben utilizar términos y expresiones que parte del público pueda no entender.
Unicamente se
emplearán términos técnicos si la audiencia conoce su significado.
Si se utilizan
abreviaturas o acrónimos hay que estar seguro de que el público sabe lo que
significan, si no habrá que explicarlos.
No se deben
utilizar palabras extranjeras salvo que no hubiera un equivalente en
castellano, en cuyo caso hay que saber pronunciarlas correctamente.
Hay que evitar a
toda costa resultar pedante (molesta al público).
El objetivo del
discurso es ganarse al público con las ideas, no tratar de asombrarlo con nuestro
vasto dominio del idioma. Hay que huir de un lenguaje rebuscado o frases
complicadas.
Hay que evitar
emplear "coletillas" que a veces se intercalan continuamente en la
conversación sin que uno sea consciente (ya ves, entiendes, me sigues, etc.).
El efecto que
producen es terrible (bastaría que uno se oyese en una grabación para darse
cuenta de esto).
La regla que debe
presidir todo discurso es la de la sencillez.
Mientras que en un
texto escrito el lector puede volver sobre un párrafo que no haya entendido, en
un discurso no existe tal posibilidad, por lo que hay que facilitarle a la
audiencia su comprensión.
El lenguaje debe
ser preciso y directo, con frases sencillas y cortas, utilizando tiempos
verbales simples.
En definitiva, el
público aprecia la sencillez y aborrece la pedantería.
VII. Lenguaje
Corporal
19. Mirada
Cuando se habla en
público la mirada juega un papel fundamental.
Es un excelente
medio de conexión entre la persona que habla y la audiencia.
Al público le
gusta que la persona que le habla le dirija la mirada.
El orador que no
mira al público da la impresión de tener miedo o de falta de interés.
Cuando se mira al
público hay que intentar presentar una imagen abierta, agradable, optimista,
sonriente.
La simpatía
conquista el corazón del público.
Al subir al
estrado lo primero que hay que hacer es saludar al público, mirándole a los
ojos.
Hay que tratar de
abarcar con la mirada toda la sala, enfocando las distintas zonas (pero
evitando hacer un efecto "barrido" como si de un faro se tratase).
En lugar de mirar
difusamente a la masa, hay que tratar de individualizar rostros concretos,
moviendo la mirada entre el público y fijándola en personas determinadas,
tratando de dar cobertura a toda la audiencia.
A veces, de manera
inconsciente, se comete el fallo de dirigir la mirada preferentemente a una
zona determinada de la sala (por ejemplo, al público que está sentado en las
primeras filas, o a la parte derecha del auditorio).
El resto del
público puede llegar a pensar que no se le está prestando la debida atención.
La ventaja de
improvisar el discurso, utilizando notas de apoyo, en lugar de leerlo, es que
resulta mucho más fácil mirar al público.
En todo caso,
aunque el discurso sea leído hay que tratar de mantener un contacto visual con
la audiencia (uno no puede enfrascarse en la lectura y no levantar la vista del
papel; resulta poco elegante y el público terminaría desconectando).
En los momentos de
silencio hay que mirar al público.
Permite
intensificar la conexión "orador-audiencia".
Mientras alguien
formule una pregunta se le dirigirá la mirada, pero cuando se responda se
mirará a toda la audiencia (todos pueden estar interesados en conocer la
respuesta).
20. Lenguaje
corporal
Ya se ha comentado
en una lección anterior que además del lenguaje verbal, existe un lenguaje
corporal (movimientos, gestos, actitudes, etc.) del que muchas veces uno no es
consciente, ni sabe muy bien como funciona.
A través de este
lenguaje corporal, el orador transmite también mensajes: nervios, timidez,
seguridad, confianza, dominio, entusiasmo, dudas, etc.
Desde el momento
en el que uno accede al escenario, el movimiento de las manos, la expresión de
la cara, la postura, los movimientos en el estrado, la mirada, etc. todo ello
está transmitiendo mensajes diversos.
El público los
capta con total nitidez.
A veces puede
suceder que estos mensajes sean contrarios a lo que el orador está tratando de
comunicar con el lenguaje verbal.
Por ejemplo, el
presidente de la compañía les está diciendo a sus empleados que lo que más le
preocupa es el bienestar de ellos, pero en ningún momento se toma la molestia
de mirarlos a la cara.
La mejor forma de
percibir este lenguaje corporal es grabándose en vídeo.
Muchos se
sorprenderían: tics nerviosos, manos inquietas que no paran de moverse, gesto
contrariado, mirada al techo, inmovilismo, etc.
Por tanto, dada la
importancia que tiene en la comunicación, es un aspecto que hay que trabajar
convenientemente en los ensayos.
Desde que uno sube
al estrado debe ser capaz de utilizar este lenguaje corporal en sentido
positivo, facilitando la conexión con el público, reforzando su imagen.
Hay que transmitir
serenidad y naturalidad, evitando gestos, actitudes o movimientos que resulten
afectados.
Hay que subir al
estrado con seguridad, con tranquilidad (las prisas denotan nerviosismo e
inseguridad).
Durante la
intervención es conveniente moverse por el escenario, no quedarse inmóvil, pero
controlando los movimientos, evitando deambular sin ton ni son. La movilidad
rompe la monotonía y ayuda a captar la atención del público.
Si el discurso es
leído no cabe la posibilidad de movimiento, pero sí se debe mantener una
postura cómoda, erguida, aunque natural, no forzada, sin aferrarse al atril
(sensación de inseguridad).
Si el orador está
sentado tratará de incorporarse a fin de realzar su figura y no quedar perdido
tras la mesa (para establecer una comunicación con el público es fundamental el
contacto visual).
Si es posible (por
ejemplo en un aula) es aconsejable moverse entre el público, ayuda a romper las
distancias, transmitiendo una imagen de cercanía.
Hay que tratar de
superar la timidez, transmite inseguridad y dificulta la conexión con el
público.
Los gestos de la
cara deben ser relajados: una sonrisa sirve para ganarse al público, mientras
que una expresión crispada provoca rechazo.
El movimiento de
las manos debe estar ensayado. Tan mala impresión producen unas manos que no
paran de moverse, como unas manos inmóviles.
Los movimientos
deben ser sobrios. Las manos se utilizarán para enfatizar aquello que se está
diciendo, de manera que voz y gestos actúen coordinadamente, remarcando los
puntos cruciales del discurso.
La propia
situación del orador en el escenario transmite también mensajes subliminales:
De pie, en el
centro del escenario: autoridad.
Sentado, en un
lateral del escenario: actitud más relajada, menos solemne.
21. Imagen
Además del
lenguaje verbal y corporal, el orador también transmite una imagen personal que
será valorada positiva o negativamente por el público.
Hay que tratar de
proyectar una imagen positiva.
Una imagen
agradable, abierta (aunque uno sea un tímido empedernido), atractiva, etc., es
valorada favorablemente por el público y ayuda a ganarse su estima.
Una imagen
descuidada, hosca, antipática, pone al público en contra (aunque comparta las
ideas expuestas).
El orador debe
vestir de forma apropiada para la ocasión:
Si se trata de un
acto formal, vestirá con traje.
Si se trata de
acto informal, podrá vestir de manera cómoda, deportiva, etc.
Hay que tratar de
no desentonar con el público asistente.
Tan llamativo
resulta vestir de manera desenfadada en un acto formal, como ir de chaqueta y
corbata cuando el público viste de forma casual.
El orador tiene
que informarse de cómo debe ir vestido. En caso de duda es preferible adoptar la
opción más conservadora.
Una vez definido
el estilo (formal o casual), el orador tratará de vestir algo mejor que la
media del público asistente (no en balde es el protagonista).
Tiene que sentirse
cómodo, a gusto con su apariencia. Esto acrecienta su autoconfianza y le
permite luchar contra la inseguridad.
No obstante, debe
evitar todo exceso (no se trata de ir hecho un figurín). La imagen debe realzar
su figura, pero sin llegar a eclipsarla (el público tiene que prestar atención
al discurso y no distraerse con un atuendo espectacular).
La imagen también
debe estar en consonancia con el mensaje que se quiere transmitir:
Si se trata de una
reunión festiva, por ejemplo, para celebrar los estupendos resultados del
ejercicio, el orador puede vestir con cierto exceso (aunque dentro de un
orden).
Si por el
contrario, el director de la compañía va a comunicar un recorte de plantilla
debería vestir de manera más sobria.
Detalles que uno
cuida en su vida ordinaria, deben recibir una especial atención cuando se va a
hablar en público:
Bien peinado, bien
afeitado, dentadura reluciente, zapatos limpios, los botones abrochados,
corbata bien colocada, etc.
Antes de subir al
estrado es conveniente realizar una última revisión, por si acaso (¿cremallera
del pantalón bajada?).
Hay que evitar
cualquier detalle que pueda afectar negativamente a la imagen.
Por ejemplo, si el
orador es de baja estatura debe cuidar que el atril que utilice sea el
apropiado (que no quede oculto detrás).
Si intervienen dos
personas al mismo tiempo con diferencias de estatura considerables, es
conveniente que se sitúen algo separado para evitar resaltar el contraste.
VIII.
Apoyo Visual
22a. Medios de
apoyo visual
El orador puede
apoyar el discurso utilizando distintos medios visuales: pizarra, transparencia,
pantalla del ordenador, etc.
Sirven para captar
la atención del público (rompen la monotonía).
Facilitan la
comprensión.
Enriquecen la
presentación.
Ayudan a
transmitir una imagen de profesionalidad.
Dan seguridad al
orador (cuenta con material de apoyo).
El orador tiene
que saber cuándo y cómo emplear estos medios visuales.
Pueden servir de
apoyo al discurso (ayudan a captar la atención del público) o pueden suponer un
obstáculo (distraen).
En su uso debe
primar la simplicidad:
Se utilizan para
clarificar y hacer más comprensible la exposición; esto sólo se consigue con
imágenes sencillas (si son complejas y difíciles de interpretar, en lugar de
aclarar confunden más).
Se deben utilizar
imágenes con colores: permiten resaltar los más relevante, remarcar las
diferencias y hacen que la imagen resulte más atractiva.
Este material de
apoyo debe ser eso, un apoyo al discurso, y no convertirse en la base de la
presentación.
No pueden restar
protagonismo al orador.
Si se va a
utilizar material de apoyo, hay que emplearlo ya en los ensayos.
En los ensayos hay
que recrear las condiciones en las que se va a desarrollar la intervención.
El uso de este
material de apoyo requiere una práctica que sólo con el ensayo se
consigue.
Puede ocurrir que
al contar el orador con material de apoyo se sienta más tranquilo y le lleve a
desatender el ensayo: no se puede caer en este error.
Hay que tener
prevista la posibilidad de que en el momento de la intervención no funcione el
proyector.
Para evitar una
situación tan difícil como ésta (por remota que parezca) el orador, además de
preparar el discurso contando con estos elementos de apoyo, debe ensayarlo
también sin la ayuda de los mismos.
Es decir, tiene
que estar preparado para, si es necesario, desarrollar su discurso sin emplear
estos apoyos visuales.
La pantalla o
pizarra se situará en el centro del escenario para facilitar su visión desde
todos los ángulos.
Mientras explica
la imagen, el orador se situará al lado de la pantalla para que el público
pueda verle al tiempo que sigue la explicación, sin tener que ir mirando de un
sitio a otro (podría llegar a perder la atención en el orador).
El orador,
mientras explica la imagen, estará mirando al público y no de espalda
contemplando la pizarra o la pantalla.
Si se van a
proyectar transparencias o se van a realizar demostraciones en la pizarra, se
debería indicar al público al comienzo de la intervención que a la salida van a
recibir copia de este material.
Se trata de evitar
que se pasen toda la sesión tomando apuntes, ya que le impediría presta la
atención debida.
Veamos algunos
elementos de apoyo.
a) Pizarra
Permite
desarrollar una explicación paso a paso.
Sólo se empleará
con grupos reducidos (no más de 40 personas).
Cuando se utiliza
hay que tener en cuenta:
Escribir con letra
clara y grande, que sea fácil de entender.
Es conveniente
utilizar varios colores: por ejemplo azul y rojo (uno para escribir y otro para
subrayar).
Mientras se
escribe, hay que situarse en un lateral para tapar lo menos posible.
Ir leyendo lo que
se vaya escribiendo (facilita su seguimiento).
Una vez que se
termine de escribir, uno se volverá rápidamente hacia la audiencia, colocándose
al lado de la pizarra.
22b. Medios de
apoyo visual
b) Transparencias
Entre sus ventajas
se pueden señalar:
Se pueden utilizar
con audiencias más numerosas (70-100 personas).
A diferencia de la
pizarra permite tener el material ya preparado.
Al servir de apoyo
al orador, le ayuda a eliminar una de sus principales preocupaciones (la
posibilidad de quedarse con la mente en blanco).
En la preparación
de transparencias debe primar la sencillez, hay que ir "al grano".
Tan sólo se
recogerán las ideas principales (máximo 3 / 4 líneas por transparencias), que
el orador se encargará de desarrollar.
La transparencia
no es un resumen del discurso. Hay que evitar las transparencias abigarradas
que no comunican nada y que resultan difíciles de seguir.
Letra clara y
grande, que su lectura sea fácil.
Utilizar colores
para destacar las ideas principales.
No se puede dejar
de comentar ninguna idea que aparezca en la transparencia, ya que si no
automáticamente la atención del público se dirigiría a ella (si hay un punto
que no es importante es mejor eliminarlo de la transparencia).
Si se proyecta un
gráfico hay que explicarle a la audiencia que significa, cómo se interpreta (a
veces son difíciles de seguir).
En los gráficos
hay que jugar con las escalas para resaltar el mensaje que se quiere
transmitir.
Antes de comenzar
la sesión hay que conocer cómo funciona el proyector, comprobar que está bien
enfocado y que las transparencias se pueden ver desde toda la sala.
El proyector se
colocará de manera que no dificulte la visión a nadie del público.
Sólo se encenderá
en el momento en el que se vayan a proyectar transparencias y se apagará cada
vez que se produzca una pausa (un proyector encendido produce un ruido molesto
y su luz resulta incómoda).
Las transparencias
estarán perfectamente ordenadas para que el orador pueda localizar fácilmente
aquella que necesite.
A medida que se vayan
proyectando se irán apilando con cuidado por si más tarde se quisiera volver a
proyectar alguna de ellas.
Cada vez que se
proyecta una nueva transparencia se darán unos segundos al público para que le
pueda dar una primera lectura, antes de comenzar a comentarla.
Mientras se
proyectan las transparencias, el orador se situará al lado de la pantalla,
señalando y comentando los puntos que en ellas se recogen.
El orador no debe
limitarse a leer la transparencia.
No hay que olvidar
que la transparencia es tan sólo un material de apoyo. Se utilizará
exclusivamente cuando sea conveniente, sin abusar de su número.
c) Proyección de
la pantalla del ordenador
Ofrece un enorme
potencial de comunicación.
Transmite una
imagen muy profesional.
Se puede utilizar
con un número indeterminado de personas, ya que la imagen se puede proyectar en
diferentes monitores o pantallas repartidos por la sala.
La capacidad de
jugar con las formas, los fondos, los colores, la animación, etc., es
formidable.
Debe primar la
sencillez: proyectar imágenes fáciles de entender (evitar imágenes recargadas).
El orador debe
conocer perfectamente su uso, con vistas a que durante la intervención no
encuentre dificultades y pueda concentrarse en el discurso.
La explicación
debe desarrollarse a una velocidad que permita al público su fácil seguimiento.
Con este sistema
se corre el riesgo de ir proyectando pantalla tras pantalla, sin que al público
le de tiempo a situarse.
También se corre
el riesgo de preparar una intervención muy profesional, pero al mismo tiempo
muy fría y distante.
23. Fichas de
apoyo
Cuando uno habla
en público, si se limita a leer el discurso resultará muy aburrido (falta de
espontaneidad y de improvisación).
Es recomendable
improvisar, aunque en este caso se corre el riego de quedarse en blanco
(situación temida por cualquier orador).
Esto se puede
evitar llevando fichas de apoyo.
Por una parte se
dispone de un guión que recoge los puntos que uno quiere tratar, reduciendo al
mínimo la posibilidad de olvidos. Da seguridad al orador y le ayuda a calmar
los nervios.
Por otra parte, le
permite desarrollar el discurso sobre la marcha (improvisar). Esto le facilita
introducir nuevas ideas, resultar más espontáneo.
El uso de fichas
de apoyo es especialmente aconsejable en intervenciones de cierta duración (más
de 30 minutos).
Confiar únicamente
en la memoria implica correr un riesgo excesivo (quedarse en blanco, perder la
línea argumental, olvidar tratar algunos de los puntos principales, etc.).
En la preparación
de las fichas de apoyo conviene tener en cuenta:
Utilizar letra
grande, clara, que sea fácil de leer con un simple vistazo.
Deben ser muy
escuetas, recogiendo palabras claves, ideas básicas, etc, que sirvan de guía al
orador. Hay que evitar fichas muy recargadas que dificulten su rápida consulta.
Se escribirán por
una sola cara, para no tener que darles la vuelta (resulta más discreto).
Es conveniente
utilizar papel duro, de tamaño cuartilla o menor, ya que son más fáciles de
manejar y se arrugan menos.
Las fichas se
dispondrán de manera ordenada e irán numeradas, para evitar que se puedan
desordenar y no sepa el orador cual es la que viene a continuación.
En los ensayos se
deben utilizar las fichas de apoyo que más adelante se van a emplear en la
intervención (permite familiarizarse con su uso).
No hay que
esconder las fichas de apoyo, fingiendo que no se utilizan.
El público
entiende perfectamente que es natural que el orador se sirva de un pequeño
guión para desarrollar su discurso.
Se irán pasando
discretamente y se irán amontonando en un lateral (sin darles la vuelta).
Aunque se preparen
fichas de apoyo para la introducción y la conclusión, habría que tratar de no
tener que recurrir a ellas.
Son las dos partes
más importantes del discurso y es preferible desarrollarlas de memoria, para
poder poner todo el énfasis en su exposición (mirar una nota, aunque sea un
instante, resta espontaneidad).
24. Captar la
atención del público
El orador debe
tratar de acercar el discurso a la audiencia, de romper distancias.
Tiene que intentar
ganarse al público, con independencia de que éste coincida o no con las tesis
defendidas.
Esto ayuda a
captar su atención y a predisponerle favorablemente hacia los puntos de vista
del orador.
Al público se le
gana con amabilidad y simpatía.
Saludar al público
tan sólo subir al estrado, mirándole, agradeciéndole sinceramente su presencia.
Agradecer
públicamente la presencia de alguna persona o grupo que se haya desplazado
desde lejos.
Mostrar una imagen
amable (en la expresión, en la voz).
Mirar al público
(permite fortalecer la comunicación).
Contar anécdotas
que resulten cercanas (que afecten a gente que el público conoce, que hayan
tenido lugar en dicho localidad, etc.).
Introducir en el
discurso toques finos de humor (humaniza el discurso, lo acerca al público);
tienen cabida aunque se esté tratando un tema serio (ayuda a quitarle
dramatismo).
Si hay un
intermedio aprovecharlo para departir con el público asistente.
Al final de la
intervención volver a dar las gracias por la atención prestada.
También uno se
puede ganar al público dándole participación, evitando que el discurso sea un
mero monólogo.
Planteando
preguntas o dándoles a ellos la posibilidad de preguntar.
El orador deberá
estar permanentemente vigilante de la reacción del público, tratando de
detectar inmediatamente cualquier señal de pérdida de atención (mirar al reloj,
leer un papel, hablar con el vecino, etc.).
Si la desconexión
se mantiene, será cada vez más difícil volver a captar su atención (al público
le resultaría muy difícil retomar el hilo del discurso aunque quisiera), de ahí
la necesidad de reaccionar inmediatamente.
Cambiando el tono,
enfatizando, contando una anécdota, proyectando una transparencia, formulando
una pregunta o incluso haciendo una pausa (si la intervención va a ser larga).
IX. Flexibilidad
e Improvisión
25. Flexibilidad e
improvisación
En lecciones
anteriores se ha comentado la importancia de ensayar para poder llevar el
discurso perfectamente preparado y no dejar nada al azar.
No obstante, ello no
significa que el orador no pueda improvisar, apartarse un poco del guión (el
discurso gana en frescura).
Se le pueden
ocurrir ideas nuevas, acordarse de anécdotas curiosas, etc.
Puede tratar de
conectar su discurso con las ideas expuestas por otro orador que le haya
precedido.
A veces las cosas
no resultan tal cómo estaban previstas y el orador tiene que ser capaz de
reaccionar con agilidad.
Hay situaciones
que uno puede anticipar y para las que debería ir ya preparado.
Preparando
material adicional por si en el último momento le comunican que se amplía el
tiempo de su intervención.
Identificando
partes del discurso que se podrían suprimir si, al contrario, acortan el tiempo
de su intervención.
Preparando
anécdotas, ejemplos alternativos, etc., por si algún orador anterior le
"pisa" aquellas que pensaba utilizar.
En el caso de que
vaya a emplear material visual de apoyo (transparencias, ordenador, etc.),
además de preparar el discurso contando con ellos, debería ensayarlo también
sin ningún tipo de apoyo, por si llegado el momento el proyector no funciona,
no hay disponible un ordenador, etc.
En otras
ocasiones, surgen imprevistos que hay que solucionar sobre la marcha (un ataque
de tos, un hipo persistente, un vaso de agua que se derrama sobre las notas, etc.).
El orador debe
reaccionar con naturalidad; el público es comprensivo y se hace cargo de la
situación.
Puede resultar muy
útil recurrir al sentido del humor para quitar importancia a lo sucedido.
Lo importante
sobre todo es no perder la calma y no alterarse (la crispación es contagiosa).
Puede ocurrir que
durante la intervención surja un imprevisto que obligue a interrumpirla
momentáneamente (el micrófono se estropea, salta una alarma, etc.).
El orador
interrumpirá su exposición hasta que las condiciones le permitan proseguir.
No debe continuar
contra viento y marea como si nada pasase, ya que llevaría a que la audiencia
se perdiese una parte del discurso (además, la imagen del orador luchando
contra los elementos resulta un tanto patética).
En estas situaciones
el orador debe reaccionar con naturalidad, interrumpiendo su exposición, pero
sin mostrar contrariedad.
Mientras la
situación se mantenga, tratará de llenar el tiempo con algunos comentarios,
quitándole importancia a lo sucedido, contando alguna anécdota sobre alguna
situación parecida que hubiera vivido, etc.
Si no lo hace se
irá llenado con los comentarios del público, con lo que el orador iría
perdiendo su papel de protagonista y con ello la atención de la audiencia.
Si la situación se
prolonga más allá de lo razonable, lo adecuado es interrumpir el acto,
abandonando el estrado hasta que las circunstancias permitan continuar.
Por último, si a
uno le invitan a hablar sin tener nada preparado puede salir del paso con
espontaneidad, dirigiendo unas breves palabras (saludar a los presentes, dar
las gracias por la oportunidad de dirigir unas palabras, hacer un par de
comentarios sobre el tema de la reunión y volver a dar las gracias; el público
no esperará nada más).
26. Reacción del
público
A lo largo de toda
la intervención el orador tiene que estar atento a cómo reacciona el público
(con interés, con aburrimiento, con simpatía, con aprobación, con rechazo,
etc.).
Lo peor que puede
ocurrir es no conseguir captar su atención (es peor incluso a que el público
manifieste su desacuerdo con la opinión presentada).
Si el público no
muestra interés, no es posible la comunicación.
Hay que captar la
atención del público en el primer momento de la intervención. Si no se consigue
entonces, difícilmente se va a lograr más tarde.
Por tanto, hay que
emplearse a fondo: saludar amablemente, preparar una introducción sugerente,
jugar con la voz, con los gestos, mirada, anécdotas, etc.
Al primer indicio
de que el público pierde atención hay que reaccionar con prontitud.
Si el público
desconecta definitivamente va a ser muy difícil volver a conquistarle (aunque
quisiera, le resultaría difícil captar el hilo argumental).
Al público que
está más alejado resulta más difícil ganárselo, de ahí la conveniencia , si es
posible, de moverse entre el público, acercando su presencia a la audiencia.
La extensión del
discurso juega en contra de la atención del público.
Importancia de la
brevedad.
Esto no quiere
decir que el discurso tenga que ser necesariamente corto; durará lo que tenga
que durar, pero no debe extenderse innecesariamente.
Es posible que el
público manifieste discrepancia con la tesis del discurso.
Cuando el orador
prepara su intervención debería anticipar su posible reacción (normalmente uno
sabe cuando sus ideas pueden resultar polémicas), y en el caso previsible de
que haya desacuerdo tratar de conocer los motivos.
Esto permite al
orador llevar preparadas las respuestas a las posibles críticas.
Si la reacción
contraria del público hubiera sido totalmente imprevista y el orador ignorase
sus razones, lo mejor es preguntarle directamente el por qué de su rechazo.
Hay que darle al
público la oportunidad de que exponga sus planteamientos; escucharle con
atención, comentando a continuación que se trata de un razonamiento respetable,
aunque diferente al punto de vista que uno sostiene.
Lo que no se puede
hacer es aceptar las críticas tal cual, ya que debilitaría la posición del
orador (perdería autoridad).
Tampoco éste debe
atrincherarse en sus posiciones, criticando duramente los argumentos expuestos
por el público e iniciando una discusión que termine crispando aún más los
ánimos.
Un acto público no
es el lugar más oportuno para una discusión acalorada. Muchas veces con prestar
al público la atención debida es más que suficiente para ganarse su simpatía y
respeto, aunque siga discrepando de los argumentos expuestos.
En todo caso, el
orador no debe confundir la reacción contraria de una persona concreta con una
opinión contraria generalizada.
Cuando finaliza la
intervención el público suele aplaudir. El orador dará las gracias
sinceramente, mirando al público, y se retirará discretamente.
Nada de esperar
hasta que finalicen los aplausos, ni de volver al estrado a recibir una nueva
ovación como si de un artista se tratase.
Hay que evitar
gestos del tipo levantar las manos en señal de victoria, llevarse las dos manos
al corazón, etc, ni se deben hacer comentarios del tipo "que exagerados
sois", "no es para tanto", "cuanto os quiero".
Una vez finalizada
la intervención resulta interesante pedirle a alguien que haya asistido que de
su opinión sincera de cómo ha resultado (puntos fuertes y puntos a mejorar).
Cada intervención
es un ensayo general de la siguiente.
27. Situaciones
difíciles
Aunque no es
normal que ocurra, en ocasiones podría suceder que una persona del público
increpe con dureza al orador.
Si este ataque se
produce en mitad del discurso, interrumpiendo, lo apropiado es rogarle que
espere al turno de preguntas para exponer su punto de vista.
Si esta persona
mantiene su actitud, habrá que indicarle educadamente que tenga la amabilidad
de abandonar la sala, disculpándose uno ante el público por la interrupción.
Si el ataque se
produce una vez finalizada la intervención, en el turno de preguntas, habrá que
indicarle educadamente que el estilo empleado no es admisible y que por tanto
no se le responderá hasta que no utilice un tono correcto.
Si se mantiene en
su actitud se le puede ofrecer la posibilidad de discutir el tema personalmente
una vez concluida la sesión, y si insiste habrá que pedirle que abandone la
sala.
El orador debe
estar dispuesto a aceptar críticas, lo que no tiene que admitir bajo ningún
concepto, y menos en público, es que se le falte al respecto.
Ante el público
quedaría en una situación muy desairada, perdiendo totalmente su autoridad.
Lo importante, en
momentos tan delicados y desagradables, es mantener la calma y la educación,
evitando responder con ironía o desprecio. No hay que darle al ofensor la más
mínima excusa para que persista en su actitud.
Hay que tratar de
no alterarse y menos aún de iniciar una trifulca en público (aunque se tenga
razón).
En situaciones de
este tipo el público suele reaccionar a favor del orador (quien ha sido
verbalmente agredido), aún cuando discrepe de sus argumentos.
Si en la sala se
produce una situación tumultuosa hay que apelar a la audiencia a que se
tranquilice.
Si persiste la
situación se suspenderá la intervención unos minutos, a la espera de que las
aguas vuelvan a su cauce (durante este tiempo el orador abandonará el estrado).
Si la situación se
prolonga se suspenderá definitivamente la intervención.
X. Preguntas
y Respuestas
28. Preguntas y
respuestas
El público
agradece la posibilidad de poder formular preguntas sobre aquellos aspectos que
no le hayan quedado claro o sobre los que discrepe.
La opción de
preguntar enriquece la intervención, consigue involucrar más a la audiencia y
transmite una imagen de seguridad, de dominio de la materia.
Si no se domina
suficientemente el tema tratado, habrá que evitar a toda costa el turno de
preguntas, ya que se corre el riego de no salir airoso del trance.
Al principio de la
intervención se indicará si se puede interrumpir cuando surja alguna duda o si
habrá al final un turno de preguntas.
La posibilidad de
interrumpir puede ser preferible cuando se esté tratando un tema técnico,
complejo, resolviendo las dudas tan pronto se presenten, lo que permite al
público seguir con mayor facilidad el razonamiento expuesto.
Esta opción
presenta como inconvenientes que las interrupciones pueden impedir que el
razonamiento se desarrolle con fluidez, lo que puede perjudicar a parte del
público; además, las interrupciones dificultan controlar el tiempo de la intervención,
con el peligro de llegar a agotarlo sin haber finalizado la intervención.
Un turno de
preguntas al finalizar la presentación permite que ésta se desarrolle con
continuidad, sin interferencia, y facilita al orador a controlar mejor su
tiempo.
Si se opta por un
turno de preguntas al final de la sesión:
Se indicará el
tiempo disponible.
Se invitará a la
audiencia a que plantee sus dudas. Si nadie interviene, y tras una espera
prudencial, el orador puede realizar alguna pregunta general (por ejemplo, si
tal o cual punto ha quedado claro, o si la exposición ha sido fácil de seguir)
con vistas a animar a la audiencia a que participe.
Hay que evitar que
unas pocas personas monopolicen el turno de preguntas, tratando de que
intervenga el mayor número posible de personas.
Mientras se
formula la pregunta el orador mirará a la persona que la plantea, pero cuando
responda mirará a toda la audiencia.
Las preguntas se
deben contestar con claridad, con precisión, evitando divagar (permite
aprovechar mejor el tiempo y que se puedan formular más preguntas).
Cuando se responde
una pregunta, se puede preguntar al público si alguien quiere añadir algo (de
esta manera se le da más participación, más protagonismo).
El orador debe
contestar siempre con educación, aunque la pregunta formulada carezca
totalmente de interés o haya sido ya planteada.
Si alguien formula
una pregunta que nada tiene que ver con el tema tratado, se le indicará
amablemente que la pregunta planteada no es pertinente.
Cuando se responde
una pregunta, se dará la oportunidad a la persona que la planteó a insistir
sobre el tema (por si algo no le ha quedado claro o por si no está conforme con
la respuesta).
Si este
intercambio de puntos de vista comienza a prolongarse, habría que tratar de
cortar, ofreciendo la posibilidad a dicha persona de continuar analizando el
tema una vez finalizada la sesión (se trata de evitar agotar el turno de
preguntas discutiendo un solo punto).
Si el orador no
sabe cómo contestar una pregunta debe evitar mostrar nerviosismo o contrariedad.
Indicará con total
naturalidad que desconoce la respuesta y solicitará al público asistente si
alguien puede responder.
Si nadie contesta,
el orador se comprometerá a analizar el tema planteado y a dar una respuesta a
la mayor brevedad posible.
Lo que no puede
hacer bajo ningún concepto es inventarse la respuesta (podría ser
desenmascarado).
El público valora
la sinceridad y comprende que el orador puede desconocer algún aspecto
determinado del tema tratado.
Cuando el tiempo
disponible se esté agotando, el orador señalará que tan sólo queda tiempo para
dos preguntas más.
Una vez finalizado
el turno de preguntas se agradecerá nuevamente al público su asistencia y se
dará por concluido el acto.
Si por falta de
tiempo no es posible un turno de preguntas, el orador puede ofrecerse a, una
vez finalizado el acto, quedar a disposición del público para contestar
cualquier pregunta que pueda tener.
29. Debate
Una vez finalizada
la intervención se puede organizar un debate entre el público asistente para analizar
el tema tratado.
Mientras que en el
turno de preguntas el público pregunta y el orador contesta, en el debate todos
pueden participar exponiendo sus puntos de vista.
Para que el debate
se desarrolle de forma eficaz es necesario que el número de asistentes sea
reducido (no más de 20/25 personas).
El público debe
estar situado de forma que facilite la participación de todos ellos.
En torno a una
mesa (si su número es reducido) o en semicírculo (si su número es mayor).
Antes de iniciar
el debate, el moderador introducirá a las personas asistentes o les pedirá que
ellos mismos lo hagan.
De cada uno de
ellos se facilitará aquella información que resulte relevante (formación
académica, experiencia, etc.) y que permita al resto de asistentes tener una
idea sobre los demás participantes.
El moderador puede
iniciar el debate planteando alguna pregunta genérica o pidiéndoles a los
asistentes que den su opinión sobre el tema tratado.
El moderador debe
controlar la marcha del debate con vistas a que en el tiempo previsto puedan
abordar la mayoría de los aspectos relevantes (de ahí la importancia de tener
un guión elaborado con los puntos que se quieren tratar).
También debe
preocuparse por mantener su intensidad, interviniendo si fuera necesario
(lanzando nuevos temas, realizando preguntas, etc.).
En su papel de
moderador, el orador debe mostrar máxima corrección y educación, pero actuando
con firmeza si fuera necesario (reconduciendo el debate si comenzara a
desviarse del tema tratado, corrigiendo a algún asistente que utilizara un tono
inadecuado, solicitando moderación si el debate fuera subiendo de tono, etc.).
Tratará de
repartir el tiempo entre todos los presentes de forma equitativa, evitando que
unos pocos puedan monopolizarlo.
Cuándo queden 5
minutos para su conclusión se avisará a los participantes.
Se pedirá a cada
uno de ellos que brevemente resuma su punto de vista.
El moderador
concluirá haciendo un breve resumen de los temas tratados y de los puntos de
vista expuestos.
Se finalizará
dando por concluida la sesión y agradeciendo al público su asistencia.
30. Críticas
Después de hablar
en público, resulta muy útil pedir la opinión a algunos de los asistentes sobre
como ha resultado la intervención.
Hay que tratar de
buscar opiniones sinceras, objetivas, en las que se destaquen los puntos
fuertes y aquellos otros que necesiten ser mejorados.
También resulta
muy útil grabar en video la intervención.
Permitirá analizar
con detenimiento todos los aspectos de la misma: voz, lenguaje, gestos,
movimientos, entusiasmo mostrado, seguridad, etc.
Hay que ser
riguroso en el análisis (aunque sin llegar a ser autodestructivo) y detectar
los fallos cometidos, sus posibles causas (falta de ensayo, imprevistos,
nervios, escaso dominio de la materia, etc) y ver las posibles medidas a
adoptar para evitar que se vuelvan a repetir.
Hay que analizar
la naturalidad y la soltura mostradas ya que son aspectos claves para captar el
interés del público.
Si se han empleado
medios de apoyo visuales hay que valorar como han resultado (si han enriquecido
la intervención, si han ayudado a captar la atención del público, si se han
utilizado con soltura, etc.).
También resulta
muy útil hablar con gente experta con vistas a buscar consejos.
Cada participación
en público viene a ser un ensayo general de la siguiente, y en cada una de
ellas hay que tratar de evitar cometer los mismos errores que en la anterior.
Sólo se pueden
corregir estos errores si se conocen cuales han sido.
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